miércoles, noviembre 30, 2011

Masquer



Gracias, Hlynurr.

lunes, noviembre 28, 2011

Ken Russell 1927-2011



Artículo en El País de Madrid.

"Para Berlusca"

En su blog, la escritora Pola Oloixarac le dedica este temazo a Berlusconi.

sábado, noviembre 26, 2011

NOVIEMBRE 26, 2011

* El cine quema.

* Mientras en Kakania las chacritas miserables se pelean por el Promejora...

* Seguirás creciendo cuando estés muerto.

* A los chupones para vender camisetas.

* El fantasma del Nuevo Aburrimiento recorre el planeta.

* Demasiado cineasta para el arte; demasiado artista para el cine.

* Para quienes aún les importe Woody Allen, que no es nuestro caso.

* "Ellas llegan / diferentes e iguales...": las mujeres de Beckett.

* Un perfil de Polanski en diez pasos.

* Visitando al Titanic con un programa de videojuegos.

* La gran lección de Hiroshima según Kenzaburo Oé.

* Goodbye yellow brick road...

martes, noviembre 22, 2011

El ruido de lo que ya no soy

Por Nick Hornby

La interpretación tradicional de los jóvenes y su afición por el heavy metal (o el nu-, o el rap) incluye las guitarras como sustitutos del pene, el homoerotismo y toda suerte de cosas que son signo de perversidad, confusión sexual y neurosis enfermizas y sin tratamiento. Es verdad que pasé un breve período de enamoramiento (no correspondido) del guitarrista irlandés de blues-rock Rory Gallagher; y es verdad que durante los primeros tres o cuatro años de mi vida de fan del rock sólo quería oír cantantes de los que admitirían encantados que comían roedores y/o reptiles. Y aun así sospecho que hay una explicación musical, más que patológica, para mi adhesión juvenil a Zeppelin y a Sabbath y a Deep Purple, básicamente que era incapaz de fiarme de mi juicio sobre una canción. Como uno de esos adultos pretenciosos pero cortos que no van a ver una película si no tiene subtítulos, no quería oír nada que no estuviera bien envuelto en guitarras eléctricas ruidosas y distorsionadas. ¿Cómo iba a saber si no si la música era buena? Las canciones que tocaban al piano o a la guitarra acústica las personas sin bigotes y sin barbas (chicas, por ejemplo), personas que comían ensaladas en vez de roedores…, bueno, eso tenía que ser música mala intentando hacerme picar. Ésa debía de ser gente que pretendía ser los Beatles pero no lo era. ¿Cómo podría saberlo si todo estaba así de oculto? No, lo mejor era eludir la cuestión de bueno o malo y en vez de eso quedarme con lo ruidoso. Con lo ruidoso no podías equivocarte demasiado.

También ayudaban los títulos. Los títulos de las canciones que no incluían significantes obvios de heavy rock eran como la música sin guitarras ruidosas: alguien podía estar intentando limpiarte el dinero del bolsillo, engañarte para que pensases que era algo que no era. Fíjate en, por ejemplo, Blue, de Joni Mitchell. Bueno, pues yo lo hice, con fuerza, y no me fiaba. Era fácil imaginarse una canción mala titulada “My Old Man” (y sobre todo porque a mi padre le gustaba una canción titulada “My Old Man’s a Dustman”) o “Little Green” (y no poco porque a mi padre le gustaba una canción titulada “Little Green Apples”); y bien sabe Dios que era imposible decir si el disco era bueno oyendo aquella jodida cosa. Pero las canciones del álbum de Black Sabbath Paranoid, por ejemplo, eran sólidas, fiables, indicaban de inmediato su calidad. ¿Cómo podría haber una canción mala que se llamase “Iron man” o “War Pigs” o –eso ya colmaba mi copa– “Rat salad”?

Así que, para mí, aprender a disfrutar de canciones más tranquilas –canciones country, soul y folk, baladas interpretadas por mujeres y tocadas al piano o a la viola o cualquier maldita cosa, canciones con armonías y títulos como “Carey” (porque, ¿a quién que tenga un par de oídos que le funcionen no le encanta Blue?)– no tiene que ver con hacerme mayor, sino con la adquisición de confianza musical, capacidad para juzgar por mí mismo. Parece a veces que, con cada año que pasaba, se me iba quitando una capa de guitarra estruendosa, hasta que finalmente alcancé la fase en la que puedo, espero, distinguir una buena canción de George Jones de una mala. Las canciones así desnudas, sin una puntada de Stratocaster en ellas, dan miedo: tienes que entenderlas por ti mismo.

Y luego, una vez que eres capaz de esto, te vuelves tan perezoso y tienes tanto miedo de tu propia capacidad de juicio como a los catorce años. ¿Cómo puedes saber si un CD es bueno o no? Busca pruebas de un buen gusto tranquilo, ésa es la forma. Busca una carátula muy formal en blanco y negro, indicios firmes de violas, tal vez la aparición especial de alguien con clase, algún título irónico en las canciones, una pegatina con una cita sacada de una crítica en Mojo o en algún periódico serio, tal vez un par de referencias en algún lado a la literatura o al cine y, naturalmente, dejar por completo de escuchar música que toquen unos tipos gritones, con pantalones de cuero y pelambre alborotada. Porque, ¿cómo se supone que vas a saber si es bueno o no, si lo tocan de modo tan estridente unas personas con un aspecto tan hostil a la estética de la modernidad sobreentendida?

En algún momento de estos últimos años, descubrí que mi dieta musical tenía pocos hidratos de carbono, y que el riff de rock es esencial para la nutrición, especialmente en los coches y en las giras de presentación de libros, cuando necesitas algo rápido y barato que te ayude a pasar un día muy largo. Nirvana, The Bends y The Chemical Brothers volvieron a estimular mi apetito, pero sólo Led Zeppelin consiguió satisfacerlo; de hecho, si alguna vez tuviera que tararear un riff de heavy metal a algún extraño desconcertado, elegiría el del “Heartbreaker” de Led Zeppelin 2. No estoy seguro de que si me pusiera a hacer “DANG DANG DANG DANG DA-DA-DANG, DA-DA-DA-DA-DA-DA DANG DANG DA-DA-DANG” le ilustraría especialmente, pero sentiría que había hecho lo mejor que me permitirían las circunstancias. Incluso escrito de este modo (aunque con ayuda de las mayúsculas) me parece que esa potencia gloriosa e imbécil del tema se transmite sin ambigüedades, eficazmente. Léalo otra vez. ¿Lo ve? Tiene ritmo.

Lo que más me gusta de haber redescubierto a Led Zeppelin –y de escuchar The Chemical Brothers y a The Bends– es que ya no pueden estar confortablemente acomodados en mi vida. Hoy mucho de lo que consumimos cuando nos hacemos mayores tiene que ver con acomodarse: tengo hijos, vecinos, y una pareja que sería completamente feliz si no oyera otro riff de heavy metal ni otro golpe a ritmo de rock en su vida; tengo menos tiempo, menos tolerancia para los coñazos, más interés por el buen gusto, más confianza en mi propio juicio. La cultura con la que me rodeo es reflejo de mi personalidad y de las circunstancias de mi vida, que en parte es como debe ser. Durante el aprendizaje de esto, sin embargo, hay cosas que se pierden, también, y una de las cosas que se perdieron –junto con el gusto por, no sé, los dramas de hospital sobre niños enfermos y el cine experimental– fue Jimmy Page. El ruido que hace ya no es lo que yo soy, aunque sigue siendo un ruido que merece escucharse; es también un recordatorio de que intentar crecer con inteligencia tiene un costo.

Extraido de 31 canciones. Anagrama, 2003.


sábado, noviembre 19, 2011

NOVIEMBRE 19, 2011


* Volver a Saudek, una y otra vez.

* “Éstos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Groucho Marx.

* También los mafiosos empezaron pequeños.

* Pegan a un perro en la cultura Disney.

* El periodismo uruguayo es una bosta, vaya novedad.

* ¿Un nazi convencido producirá necesariamente obras nazis?

* Vos, lector, lectora, sos una rareza.

* Me gusta / No me gusta: Barthes entrevistado.

* La economía (disminuida) como estado de ánimo.

* El cómic ya es fuente de pensamiento.

* La Tierra vista desde el espacio, según Michael König.

* Andrei Tarkovski x Chris Marker.

* 20 años de una novela sobrevalorada.

viernes, noviembre 18, 2011

domingo, noviembre 13, 2011

sábado, noviembre 12, 2011

NOVIEMBRE 12, 2011

* Un curso de Filosofía Vonnegut en un cartoon.

* No sólo en España, Javi. No sólo en España.

* Larga vida al independiente a ultranza.

* Viajes por el cielo gris de Irlanda.

* Elogio de lo inútil, de lo improductivo, de lo abstracto.

* A un año de la muerte del anarco erotómano.

* La realidad versus Kurt Cobain.

* La modita de bardear ya no es graciosa.

* Siendo optimistas, hora y cuarto.

* Contra las palabras cansadas y el aburrimiento.

* Fellini en los orígenes de la civilización = Fellini Satyricon.

miércoles, noviembre 09, 2011

Secuencia

1. Escuchamos un disco de Madeleine Peyroux que hace unos años trajimos de un viaje.
2. Nos detenemos en la hermosa versión de "Between the Bars", compuesto por nuestro admirado Elliott Smith (Q.E.P.D.).
3. Buscamos algún video en YouTube.
4. Encontramos, en cambio, un cortometraje español que interpreta dramáticamente la letra.
5. Quedamos prendados de la actriz.
6. Colgamos el corto-clip a continuación.

martes, noviembre 08, 2011

Tomarse el tiempo

En un artículo de Pijamasurf sobre las paradojas de la percepción del tiempo:

Una versión diminuta del desfase que produce la relatividad —las estrellas que vemos en el cielo brillan con luz de hace miles de años, por ejemplo— es que existe una diferencia —mínima, pero físicamente real— entre el acaecimiento de un evento y nuestra percepción del mismo, lo que implica que vivimos 80 milisegundos en el pasado. “Cuando piensas que un evento ocurre, ya ha sucedido”, dice David Eagleman. En cierta forma esa clave espiritual de vivir en el presente nos es imposible. Nuestro cerebro tarda 80 milisegundos en ensamblar una experiencia consciente después de percibir una señal. Esto ocurre porque nuestro cerebro se toma el tiempo de sincronizar todo lo que percibimos, cuando las cosas ocurren a diferentes velocidades y a diferentes distancias (por ejemplo el sonido y la luz viajan a diferente velocidad, algo que cotidianamente podemos percibir en un rayo). Así que rigurosamente siempre estamos haciendo una neurosíntesis pretérita de lo ocurrido —¿cómo mirar a la naturaleza real desnuda sin ningún filtro?— y el zen es memoria.

Escribir en el aire

De un artículo de Pablo Capanna en el suplemento Futuro de Página/12:

Estamos tan acostumbrados a ciertos programas de escritura y de cálculo que no reparamos en que se trata de productos comerciales, que en cualquier momento pueden salir del mercado. Así como nadie se acuerda del WordStar, que fue el programa de escritura líder de los años ’80, los formatos habituales como “doc”, “JPEG” o “MP3” pueden desaparecer junto con el programa que permite leerlos.

domingo, noviembre 06, 2011

viernes, noviembre 04, 2011

"Howl" animado

De un artículo encontrado en El Mundo:

Utilizadas en principio para un fragmento de animación dentro del 'biopic' homónimo que protagonizó James Franco, las imágenes de Eric Drooker -artista callejero, pintor y novelista gráfico que conoció al poeta y colaboró con él- se convierten ahora en libro, publicado en España por Sextopiso.

"Howl" completo, en versión bilingüe, acá.

Abajo la primera de las siete partes de la animación completa.


Las otras partes acá: 2, 3, 4, 5, 6, 7.

jueves, noviembre 03, 2011

Queer


(Gracias a L.A.)

miércoles, noviembre 02, 2011

NOVIEMBRE 2, 2011


* Hay quienes desertan y mandan mensajes agoreros sobre el fin de los blogs, pero sigue habiendo excelentes y con buena salud.

* Todo, absolutamente todo sobre Muammar según un erudito en la materia.

* Y el viejo Jacques sentenció: "No hay relación sexual". Y todavía están descifrando el jeroglífico.

* Lo decía Muñoz Molina hace unos días: "No hay un escritor vivo ahora mismo que me guste tanto como ella. No hay cuento suyo que no me dé una envidia inmensa."

* Alguien que afirma "Estoy a favor de los levantamientos masivos en el mundo árabe" merece al menos una leída.

* “La industria no respondió a tiempo a la madurez tecnológica de los televidentes. La gente tuvo que hacerlo”. Este pibe anda volando.

* No hay similitudes entre la vieja y la nueva Grecia. Sólo diferencias.

* Ya es un clásico, pero por si alguien no ha leído todavía el discurso de graduación de DFW, acá está, completo y radiante.

* “Todo film independiente está hecho por prestidigitación. Está construido sobre contradicciones, y su fuerza motora debe ser la pasión por el proyecto." -Christine Vachon, productora.

martes, noviembre 01, 2011

Historias que hacen falta

por Daniel Domínguez | La escuela de los domingos


Costó lo suyo, pero conseguí encontrar Carta breve para un largo adiós entre los libros de Tui. Sólo quería hojear la novela de Peter Handke. Hace unos días vimos -una vez más, ¿cuántas van?- Alicia en las ciudades de Wim Wenders; en una de las últimas escenas de la película, Philip Winter (Rüdiger Vogler) lee en un periódico la noticia de la muerte de John Ford, y en una de las primeras coge el televisor de un motel y lo estrella en el suelo cuando la publicidad vuelve a interrumpir El joven Lincoln.


Hace casi treinta años leí Carta breve para un largo adiós porque alguien me contó que había inspirado Alicia en las ciudades. Hay una cierta simetría entre la película de Wenders y la novela de Handke, y encontramos ecos o huellas de ésta en aquélla, entre el viaje del narrador de Carta breve para un largo adiós atravesando Estados Unidos entre Providence y Los Ángeles en 1971, y la odisea de Philip Winter, después de haber atravesado América, llevando a Alicia (Yella Rottländer) de vuelta a casa, a Alemania, en 1973.


Tanto el protagonista de la novela como el de la película están perdidos y en el curso de sus respectivos viajes viven una experiencia iluminadora. En la película, Philip Winters encuentra en Alicia un catalizador; por así decir, la niña lo devuelve al mundo, como si en su compañía encontrara la forma de habitarlo, de contárselo y contarlo; por eso, al final, cuando Alicia le pregunta qué va a hacer ahora, Philip Winter sólo atina a concretar un propósito: Acabaré de contar esta historia. La historia que hemos vivido con ellos, es decir, la película que hemos visto.


En Carta breve para un largo adiós, son las películas de John Ford las que amojonan el viaje y cifran la escuela de los domingos del narrador. Por eso no me extrañó nada que en la página 100 -de la vieja edición de Alianza Tres- el protagonista, después de ver El joven Lincoln en un cine de St. Louis, le anuncie a su amiga Claire: Voy a hacerle una visita a John Ford. Le preguntaré si recuerda la película y si ve todavía a menudo a Henry Fonda. Quiere contarle al cineasta cuánto han significado para él sus películas, cuánto ha aprendido con ellas, lo mucho que le han ayudado a entender el mundo...


Cuando leí la novela, tenía treinta años. la misma edad del protagonista; ahora que la tuve en las manos, no me conformé con hojearla y quise leerla otra vez. Y al hacerlo, recordaba hasta qué punto me había reconocido en sus páginas, no sólo en lo que a John Ford se refiere, sino también en pequeños detalles, por ejemplo cuando el narrador recuerda que de niño enterraba cosas, y tenía la esperanza de que cuando las desenterrase se habrían convertido en un tesoro.


Y ese momento en que el narrador decide visitar a John Ford y preguntarle por El joven Lincoln, me recordó que en 1967 el Festival de Cine de Montreal consiguió reunir a John Ford, Fritz Lang y Jean Renoir, el altar mayor de mi catedral del cine. Si algún día me fuera dado viajar en una máquina del tiempo, ya imagináis a qué festival me gustaría ir. El cineasta brasileño Glauber Rocha estaba allí y entrevistó a los tres maestros. En aquella edición se presentaba Straight Shoting (1917), el primer largometraje de John Ford que se había descubierto recientemente en la Filmoteca checa, y se proyectaba también El joven Lincoln.


Cuatro años antes que en la novela, Glauber Rocha le hizo a John Ford las mismas preguntas que quería hacerle el personaje de Peter Handke. El maestro estaba intratable y aseguró que no recordaba qué película era aquella titulada El joven Lincoln y desde luego no sabía quién era Henry Fonda, pero cuando terminó la proyección y los espectadores se pusieron en pie para aplaudir, tenía lágrimas en los ojos.

Ava Gardner con John Ford en el rodaje de Mogambo

Las últimas seis páginas de Carta breve para un largo adiós narran el encuentro con -la mejor versión, casi entrañable- de John Ford. A esas alturas, el narrador se ha reunido con Judith, su mujer, a la que primero busca y luego rehuye durante buena parte de la novela, y juntos llegan a la casa del cineasta, que no sólo les habla de sus películas -Nada es inventado (...) Todo ha ocurrido realmente- y los lleva de paseo hasta una colina para ver el crepúsculo, como si de una escena de She Wore a Yellow Ribbon se tratara, sino que les pide que le cuenten su historia.

Peter Handke

Cuando vuelvo a leer esas últimas páginas de la novela de Handke, busco con aprehensión unas palabras que temo haber (sólo) soñado, pero la frase aparece doblemente subrayada, y es lo más parecido al testamento de John Ford que uno pueda imaginar. No sé hasta qué punto ese encuentro ha sido inventado, da lo mismo, porque esas palabras suenan profundamente verdaderas. Suenan a últimas palabras:

Historias hermosas, sencillas y claras. Son historias que hacen falta.

(Encontrado acá)

I'm walking here!

En Perfil, Guillermo Piro vuelve sobre el asunto Kodama-Fernández Mallo, y empieza así:
Hay una escena interesante en Perdidos en la noche, de John Schlesinger, una película de 1969. Allí Joe Buck (Jon Voight), un cowboy de encanto ingenuo, convencido de que es la salvación de muchas mujeres solitarias y faltas de amor, conoce a Rasto Rizzo (Dustin Hoffman), un timador y ladrón de poca monta, un tullido con grandes ambiciones. Los dos personajes viven una estrecha relación en una Nueva York asfixiante. En un momento, a poco de comenzada la película, pasa algo inquietante. Rasto Rizzo, vestido con un ambo blanco, camina junto a Joe Buck por la calle, parloteando. La toma está hecha a distancia, con un teleobjetivo, lo que crea la ilusión de que los personajes caminan en el mismo sitio. Peatones tomados inadvertidamente se cruzan delante de la cámara. Al llegar a la esquina, al cruzar la calle, sucede algo que no estaba previsto en el guión: un taxi está a punto de atropellar a Dustin Hoffman. Y Hoffman, fiel discípulo de la escuela del Actors Studio, encara al taxista y le grita: “I’m walking here!” (¡Estoy cruzando yo!), un modo significativo, o mejor dicho ejemplar, con que el personaje reclama existencia. María Kodama es como Rasto Rizzo. De tanto en tanto es ignorada, pero ella se las ingenia para reclamar su existencia. Se entiende, a nadie le gusta ser ignorado. Eso es algo que con relación a Kodama en la Argentina sabemos muy bien desde hace tiempo. Más precisamente desde la muerte de Borges, en 1986. Pero al parecer en España acaban de enterarse.