Por favor: si aún sos fan de Amy Winehouse
y todavía creés que fue una leyenda indiscutida, bueno, no te enojes con esto
que voy a decir. Ya escribí en su momento sobre por qué me oponía a darle tan
rápidamente una categoría reservada sólo para elegidos a una mina que hizo poco
y se reventó mucho. No es personal contra Winehouse, así que no lo tomen a
pecho. Pero ahora le ha sucedido algo a Amy, aún flotando en el más allá, algo
tremendo: apareció alguien mucho mejor que ella.
Nunca estuve tan de acuerdo con una moda
como hoy. Soy fan de Adele. Así es. La quiero. La escucho. Creo que es una de
las grandes revelaciones de la música. Una voz que, en menos de un año, hizo
que el halo oscuro y polémico de Amy Winehouse se disolviera de los medios como
humo negro. Cómo no quererla a Adele: gran voz, canciones monumentales, una
ruptura desgarradora que le disparó su segundo disco “21” –elegido por la Rolling
Stone el mejor del año, y además se levantó con seis
Grammys–. Adele es gordita. Simpática. No dice cosas polémicas. Se enfoca en su
arte y punto. Ella dice: “Hago música para los oídos y no para los ojos”.
Parece una obviedad y no lo es.
Con la aparición de Lady Gaga uno creía que
el único camino posible para un artista era: ponerse vestido de bife de
chorizo. Gaga puso todo patas para arriba. Llevó el marketing, el conflicto y
la excentricidad al divino cohete sobre el arte.
Suerte que vino Adele y aún con sólo 23
años, puso todo en su lugar. Ya el mundo empezaba a creer que no bastaba con
hacer buenas canciones había que declararse lesbiana, colar fotos porno en la
red o que te quiten el carnet de conducir para convertirse en estrella musical.
Es por eso que Gaga se enojó tanto cuando surgió Adele y le robó protagonismo:
dijo que era una gorda. Pobre Gaga.
Uf, qué alivio amigos. El mundo volvió a la normalidad. Y, por si fuera poco, Adele,
consciente y paciente, dijo que se iba a tomar por los menos tres años para
grabar su nuevo disco. “Quiero que esté a la altura de este”, explicó. En plena
era de la voracidad, que alguien se tome un tiempo es, como mínimo, un acto
valiente. Su próximo disco quiere que sea uno feliz. Ahora dice que quiere
plantar una huerta, tener hijos. Y que no piensa en vender tantos discos. Qué
bien que exista gente como Adele, que se inscribe en la línea de Norah Jones y
Regina Spektor, compositoras que se limitan a su arte y lo bien que hacen.
La historia es como una hoja llena de
tantos garabatos que uno ya ha olvidado que había una hoja ahí abajo. De tanto
en tanto, a Dios gracias, aparece alguien que hace borrón y cuenta nueva.
Limpia la hoja, le quita toda mancha, todo lo que huela a traje de bife,
escupitajos, y muertes por sobredosis. Y le recuerda al mundo que la hoja, en
el fondo, es pentagramada que allí se escribe música, que la música es
bellísima y que todo el resto, en el fondo, son manchones de gente que no se le
ocurre cómo catzo hacer para llenarla
con una buena canción.
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