lunes, agosto 15, 2011

Contra la simplificación

por Norman Manea

Se dice que los estadounidenses tienen un talento excepcional para la simplificación. Gradualmente, sin embargo, la búsqueda de esta simplificación se ha convertido en una tendencia mundial, que continúa conquistando nuevos territorios, igual que los blue jeans otrora lo hicieron.

La velocidad de nuestra vida cotidiana se ha visto notablemente incrementada –y no de manera positiva– por esta imparable evolución. La tiranía del pragmatismo parece marcar todos los dilemas complejos de nuestro tiempo. Se ignoran o eluden demasiadas opciones válidas a través de la rutina de hacer las cosas de manera acortada (los “short-cuts”).

En ningún otro lugar es esta tendencia más perjudicial que en el actual abordaje mercantilista del arte. Aun la tan elogiada noción de la competencia parece falsa y cínicamente manipulada por la mentalidad “corporativa” que ahora invade el mundo de la cultura –mediante la preselección financiera que determina cuáles editores, productores y otros empresarios van a recibir apoyo. Simplemente imagínese lo que podría haber ocurrido con los trabajos de, por ejemplo, Proust, Kafka, Musil, Faulkner o Borges si estos se hubiesen visto sometidos a la competencia del mercado de masas tal como se someten los zapatos o los cosméticos.

La cultura es una pausa necesaria de la cotidiana carrera de locos, de nuestros entornos políticos caóticos y frecuentemente vulgares, y es una oportunidad para recuperar nuestra energía espiritual. Grandes libros, grandes obras musicales, y grandes pinturas no sólo son una extraordinaria escuela de belleza, verdad y bien, también son una manera de descubrir nuestra propia belleza, verdad y bien –este es el potencial para cambiar, para mejorarnos a nosotros mismos y mejorar, incluso, a algunos de nuestros interlocutores.

Si este descanso y refugio se hace gradualmente más estrecho y es invadido por el mismo tipo de “productos” que dominan el mercado de masas, estamos condenados a ser prisioneros perpetuos del mismo raquítico universo de “practicidades”, que es una rústica aglomeración de clichés envasados en anuncios.

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