miércoles, diciembre 21, 2011

La estrella de David

Fragmentos de una entrevista a David Lynch publicada en Los Inrockuptibles:

–¿Es cierto que filmás todos los días con una pequeña cámara DV?
–Para nada. Filmo sólo cuando tengo proyectos, que pueden ser muy variados, como recientemente un cortometraje para American Express sobre un recital en Los Ángeles de Duran Duran.
–En estos últimos diez años, sólo rodaste dos largometrajes: El camino de los sueños e Imperio. ¿No extrañás un poco el cine?
–Sí, lo extraño. Pero no tengo ninguna idea de película desde Imperio. Además, siento cambios enormes en la industria del cine. No sé todavía qué pasó exactamente. Pero creo que un cierto modelo, junto con la idea de la sala como lugar donde la gente ve películas, hace que la industria tal como la conocemos esté seriamente amenazada.
–¿Pensaste en dejar el cine?
–No, en absoluto. Sé que el rumor circuló, pero era falso. Simplemente dije que ya no rodaría en fílmico. Aunque el celuloide muera, el cine no lo hará.
–¿Por qué pensás que rodar en fílmico ya no tiene sentido?
–Es una tecnología pasada de moda… todo el equipamiento que requiere la película es tan antiguo, tan pesado. Cargar la película, sólo poder rodar diez minutos, mandar las películas al laboratorio, no poder ver en seguida lo que se grabó: ya no tiene ningún sentido. El digital suprimió todas esas obligaciones. Sin siquiera hablar del deterioro del soporte: rápidamente, la imagen se vuelve oscura, aparecen rayas… prefiero, por ejemplo, que la gente mire Cabeza borradora en DVD que en una copia de la película. La imagen es más pura, está menos alterada, nada separa al público de la imagen.
–¿Podrías imaginarte El hombre elefante en digital?
–Sí, por supuesto. Hoy, gracias a la tecnología, todas las texturas de imagen son posibles. Creo que el blanco y negro de la luz de El hombre elefante es completamente realizable con una cámara digital.
–¿Qué películas o directores de cine te impresionaron recientemente?
–(Largo silencio) Miro pocas películas nuevas. Hace poco vi El árbol de la vida, de Terrence Malick, y Medianoche en París, de Woody Allen, pero debo admitir que ninguna de las dos me emocionó mucho.
–Si pudieras viajar en el tempo, ¿a dónde te gustaría ir?
–Me gustaría volver a 1953, 1954. Me subiría a un Studebaker Starliner Coupe, y bajaría hacia el sur para vagar con Sam Philips, esperando el nacimiento del rock’n’roll.
–¿Seguís practicando meditación?
–Sí, todos los días, una hora, dos veces por día.
–Cuando pensás en tu obra cinematográfica, ¿qué es lo que te pone más orgulloso?
–Me gusta decir que mis películas son como mis hijos, y que no hay manera de elegir cuál es mi favorito. Sin embargo, hay uno que me preocupa mucho: Dune. ¡Es el que más me atormenta!
–¿Tal vez porque es más hijo del productor Dino de Laurentiis que tuyo?
–Sí, así es. No tenía el final cut, y la película no corresponde a lo que quería hacer. Fue una gran lección. Lo peor es que yo estaba convencido desde el principio que esta superproducción me iba a dejar un gusto amargo, pero quise comprobarlo y efectivamente así fue. Entendí que a partir de entonces sólo aceptaría proyectos donde tendría el control de todo, nunca más me iba a dejar tratar como una marioneta.
¿Cuándo crees que encontrarás una idea para una nueva película?
–No sé. Recibo muchas propuestas de mi entorno, un poco como cuando uno sale de un divorcio y sus mejores amigos quieren llevarlo a visitar a todas las solteras que conocen. “Ya vas a ver, ésta es perfecta para vos…”. Pero no pasa nada, no hay chispa, no hay encuentro. Mejor saber esperar la buena ocasión que forzarse. Forzarlo sólo traería una nueva desilusión.

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