viernes, marzo 23, 2012

Mientras yo agonizo

Ocurre. Está ocurriendo. No opera debajo de la piel de los acontecimientos, como lo haría un virus, sino entre los acontecimientos, a la vista de todos y, al mismo tiempo, camuflado dentro del bosque de signos, de estallidos, de supuestos duelos y supuestos renacimientos. Pero nada de eso se procesa ni se concreta. Un triste teatro abre el telón en cada titular, en cada noticia, y así se reproducen las microescenas que disparan el fingimiento de que algo importante está pasando, de que muchas cosas importantes están pasando, de que estamos atravesando una era histórica, o algo así. Será histórica pero no por lo trascendente sino por la mera inercia del tiempo. Nada es histórico (radicalmente histórico) en esta tierra de zombies. Para serlo, debería haber verdaderos entierros, verdaderos duelos, verdaderos renacimientos. En su lugar, agonizamos entre la manipulación miserable de la memoria, cadáveres ilustres, suicidios negados, asesinos de quienes ya están medio muertos y asesinos que ya están medio muertos. No es casual que de ese teatro no salga una puta idea, un remoto olor a algo joven y sanamente irresponsable. No es casual que el lenguaje esté bloqueado, desolado, envilecido, porque las mentes lo están desde mucho antes y en un grado mucho más terminal de lo que estuvieron cuarenta años antes, cuando la mordaza militar avivó algún rastro de rebeldía. A expensas de nuestra propia desnudez, sólo queda el camino de reproducir los gestos aprendidos y ensayados hasta el hartazgo para aventar el fantasma (una protesta gremial, un gesto político, una expresión mediáticamente correcta) o aceptar, de una vez por todas, que estamos acorralados y enmudecidos por una sociedad que ya no puede ocultar su básica, inmanente y perfecta necrofilia.

2 comentarios:

  1. es muy bueno esto, peter, me quedé con ganas de más, sería necesario incluso que se extendiera, sin duda que todo esto ha sido una superposición de momentos enormemente tristes, compitiendo por quién la tiene más larga, hasta salió un blanco a decir que no podía celebrar el perdón del Estado porque los enfermeros habían matado más gente que los desaparecidos, una competencia de muertos, siempre para quitar trascendencia a otra cosa, buscando enemigos en los difuntos y creando nuevos fantasmas. Esta sociedad la veo, más que necrofílica, macabra y sórdida, bestial en sentido estricto.

    ResponderEliminar
  2. Es que lo macabro y lo sórdido constituyen a la misma pulsión tanática, al mismo miedo ancestral cristalizado en un Dios Zombie, que justifica con discursos y actos defensivos una perpetuación eterna de lo que somos y, a esta altura, queremos ser. Lo que pretendía el post era, más que nada, dar cuenta de que ese atolladero necrófilo se ha vuelto un mito en sí mismo y ya ha conquistado el imaginario como ningún otro acontecimiento logró hacerlo en doscientos años. Que nada bueno y nada nuevo puede surgir de esa entropía. Que, por ejemplo, sacar rédito político (y económico) de unos pobres huesos acribillados hace cuarenta años y sacar rédito económico (y político) de unos pobres familiares asesinados en el CTI hace dos meses, conforman, ambos, maneras diferentes de evitar el duelo, de rendirse ante el Dios Zombie. Que ahí puede estar el origen de que no haya surgido ninguna voz más o menos sensata que hiciera una lectura inteligente y desprovista de intereses particulares. Que estamos todos –me incluyo– rehenes de una patología crónica. Pero claro está que esto no empieza acá y que esos hechos son apenas emergentes de un guiso recalentado desde hace mucho tiempo, por vejetes necios de toda edad. ¿A esto nos llevó el culto a la medianía? Puede ser, pero sospecho que el culto a la medianía era, en el fondo, una coartada para permanecer en cuidados intermedios, para seguir traficando una subexistencia mantenida a base de populismo y circo, y para disimular tanto miedo a la vida.

    ResponderEliminar