La complejidad visual de The Mill and the Cross resulta evidente desde la escena inicial. Los espectadores reconocen el paisaje de Pieter Breugel, visto en alguno de los muchos libros de historia del arte. Quizás incluso admirado en persona en el Museo Kunsthistorisches de Viena. Ahí están las familiares figuras de campesinos, congelados por un instante en sus minúsculos y crípticos quehaceres.
Y entonces se mueven.
“Mi pintura tendrá que contar muchas historias”, dice al inicio el personaje de Breugel, que habla por sí mismo (y por el director Lech Majewski). “Debería ser lo suficientemente grande para englobar todo. Toda la gente. Debe haber un centenar”.
Cada uno de ellos [fue] introducido de modo separado a través de efectos especiales en el paisaje de la pintura de Breugel El camino del Calvario, en un proceso que, según Majewski, se ha prolongado durante más de dos años.
The Mill and the Cross no es sólo una maravilla de los efectos visuales, sino que es además una obra maestra de la narración, extrayendo una pequeña serie de historias de un exuberante lienzo. Presenta la creación de la pintura, un fascinante tratado sobre el simbolismo de Breugel, un vistazo a la vida en
(sigue acá)
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