viernes, junio 29, 2012

Vamos las bandas

Una ciudad del interior. Plena dictadura. Años 77-78. El cuerpo oprimido entre capas y capas de símbolos, de términos castrenses, de misas desangeladas, de colaboracionismo. Un lenguaje opaco y desguarecido, adiestrado en proceder con medias lenguas. Mal lugar para crecer. El cine, censurado y todo, como religión pagana. Y un oasis: Juan Alberto Badía en Radio Rivadavia. El aire burla el muro militar y logra filtrar emisoras argentinas en la Spica contra la oreja. Vivir en el lenguaje de la música. Contra el lenguaje de las doctrinas. Allí, entonces, en aquellas tardes, una paseo guiado por el rock, en castellano o en sánscrito, y el aprendizaje de una forma de la resistencia. Salvando algunas figuras en el paisaje, la batalla es hoy la misma. La música contra el estrangulamiento del lenguaje.

miércoles, junio 27, 2012

Un virus


Los límites de una ciudad no son espaciales. Una ciudad sobrevive o se expande de otro modo, en la mirada del viajero o en la nostalgia del que recuerda. El viajero lleva consigo esa ciudad: es un virus que de pronto se manifiesta ante una escena, un desnivel, una ruptura temporal que llena de extrañamiento la vigilia y señala una microidentidad urbana.

Oliverio Coelho / Instrucciones para recordar una ciudad



(encontrado acá)

Los amantes pasajeros

Primero, un comunicado de Pedro Almodóvar, colgado en la página de Facebook de El Deseo. Después, un videoclip de La Terremoto de Alcorcón, un personaje tremenda:
“No pensaba desvelarlo hasta el último momento, pero si al magistrado Carlos Dívar le resulta imposible mantener en secreto la identidad de las personas con las que come (de lujo, eso sí), yo que soy un simple mortal no he podido evitar filtraciones sobre dos pasajeros ilustres en mi próxima película, aunque ellos no vuelan sino que permanecen en tierra. Me refiero a Penélope Cruz y Antonio Banderas, los dos han accedido a interpretar sendos papeles cortos, con los que se abre Los amantes pasajeros. Ambos ocupadísimos, han accedido a venir a Madrid sólo para rodar un día, las tres primeras secuencias de la película. Si no sonara tan cursi diría que reboso de gratitud. Me emociona mucho que sean los dos los que abran esta nueva narración, para mí es como si dos personas de mi familia, emocional y artística, le dieran la bienvenida al espectador en mi vuelta a los orígenes, la comedia disparatada, un tono del que me había alejado últimamente. Todo el reparto está compuesto por actores admirables, pero es cierto que además de Penélope y Antonio, en esta ocasión cuento con profesionales enormes para papeles cortos. Es el caso de Carmen Machi, esa actriz que convierte en spin off todo lo que toca, y Paz Vega, en otro papel corto pero esencial, como ya hizo en Hable con ella. A ambas les debo una protagonista, lo digo de corazón. También voy a darme el gustazo de trabajar con la Terremoto de Alcorcón, Pepa Charro, una auténtica diva alternativa que debería haber saltado a la gran pantalla hace tiempo. Otro papel breve, con promesa implícita de trabajo futuro”.

Miss Misery


I’ll fake it through the day
With some help from johnny walker red
Send the poison rain down the drain
To put bad thoughts in my head
Two tickets torn in half
And a lot of nothing to do
Do you miss me, miss misery
Like you say you do?

A man in the park
Read the lines in my hand
Told me I’m strong
Hardly ever wrong I said man you mean

You had plans for both of us
That involved a trip out of town
To a place I’ve seen in a magazine
That you left lying around
I dont have you with me but
I keep a good attitude
Do you miss me, miss misery
Like you say you do?

I know you’d rather see me gone
Than to see me the way that I am
But I am in the life anyway

Next door the tvs flashing
Blue frames on the wall
It’s a comedy of errors, you see
It’s about taking a fall
To vanish into oblivion
Is easy to do
And I try to be but you know me
I come back when you want me to
Do you miss me miss misery
Like you say you do?

Elliott Smith / Face-B (1998)

lunes, junio 25, 2012

La máquina de visión


De un artículo de Juan Francisco Ferré en su blog:
Se me ocurren muchas razones por las que alguien que no la haya visto todavía, o la haya olvidado como se olvida una pesadilla angustiosa, vea o vuelva a ver Blade Runner (estrenada hoy hace treinta años en Estados Unidos). Se ha discutido mucho sobre si el cine es una tecnología que se apropia de los formatos narrativos anteriores a su aparición. Se habla de que tanto la apropiación de la novelística decimonónica como de la novela del oeste y de aventuras, el mito y la leyenda fundacionales, son una de las claves del funcionamiento del aparato tecnológico del cine en su relación no con la realidad en sí sino con la realidad mental de sus espectadores. Como diría un teórico de nueva generación como Jonathan Beller: el “modo de producción cinemático” hace suyas las narraciones de modos de producción anteriores a fin de hacer aceptable para sus espectadores la existencia de la máquina como realidad determinante. Esta sería, entre otras, la razón de la grandeza de un cierto cine europeo (Antonioni, Pasolini, Tarkovski, Paradjanov, etc.), cierto cine experimental canadiense y norteamericano (Snow, Brakhage, Benning, etc.), o el supremo encanto del cine del iraní Kiarostami (al menos hasta El sabor de la cerezas y El viento nos llevará) o, más actual, del tailandés Apichatpong Weerasethakul: la máquina de visión confrontada a una realidad que es enteramente ajena a su existencia mecánica.

Si esto fuera así, desde 2001 hasta eXistenZ y Matrix, la ciencia ficción cinematográfica sería el género definitivo para obligar a la máquina a hablar de sí misma. O, mejor dicho, el formato narrativo donde se expresaría con preferencia tanto el diálogo de la máquina con la realidad alterada o producida por su presencia como el monólogo de la máquina enfrentada a su soledad radical en un paisaje totalmente sometido a su poder de control. En este sentido, Blade Runner supondría uno de los puntos álgidos tanto de ese diálogo como de ese monólogo y, por tanto, la más brillante tentativa de la máquina por comprender el sentido de su existencia y sus complejas relaciones con la inteligencia humana que la creó para realizar sus designios con mayor eficiencia.

viernes, junio 22, 2012

Difícil

Nos dicen que las redes sociales están ardiendo con la noticia del momento. Sí, ésa. La del golpe de efecto, la que vino embutida dentro de un paquete de medidas que intentan encauzar el desmadre, varios desmadres. No vamos a hablar de eso. Está todo muy embarrado por los propios emisores y no tardó en comenzar el contradiscurso  de quien seguramente barrerá todo abajo de la alfombra. Además, entre toneladas de boludeces, ya hubo algunas preguntas atinadas (acá y acá). El único comentario que tenemos para hacer es éste:

lunes, junio 18, 2012

Experimento Valtari

En la página de Sigur Rós se habla de The Valtari Mystery Film Experiment, al que se define de esta manera:
Sigur Rós le ha dado a una docena de cineastas un modesto presupuesto y les ha pedido que crearan lo que les viniera a la mente cuando escucharan las canciones del nuevo álbum de la banda, Valtari. La idea es superar el habitual proceso de aprobación artística y permitir una total libertad creativa. Entre los cineastas están Ramin Bahrani, Alma Har’el y John Cameron Mitchell.
Hasta el momento se han filmado cuatro videos, que se completarán con otros once que irán apareciendo según el calendario prefijado en la página.




sábado, junio 16, 2012

JUNIO 16, 2012

1) Un time-lapse de Tokio.


2) Descubra las mil semejanzas.

3) Partió uno de los buenos muchachos.

4) Riki Musso se confiesa.

5) Fassbinder, admirado pero incomprendido (Gracias, Castrato).

6) La estupidez humana tenía sus leyes.

7) Una cadena de criaturas.

8) Razones (prejuicios) para no ver películas.

9) Un amigo anduvo por Carcassone.

10) Hasta ahora, los mejores discos de 2012 según The Guardian y Spin.

11) Lolita cumplió 50.

12) Festejos: Kodama perdió un juicio.

13) Un Denevi cinéfilo.

14) Ascenso y caída del rock progresivo.

lunes, junio 11, 2012

Huellas dactilares


Richard Stallman por dos: entrevista y, a continuación, carta encontrada acá:
El fundador del movimiento por el software libre en el mundo, el estadounidense Richard Stallman se va hoy, lunes, del país y tiene decidido no regresar debido al incremento de las medidas de seguridad, control y vigilancia en nuestro país. Aquí la carta que Stallman escribió para despedirse en la web Vía libre.org.ar 
Por Richard Stallman 
Es mi novena y última visita a Argentina. El próximo lunes, saldré del país y, sin un milagro, nunca lo veré más. 
Esta expectativa me pone triste, porque tengo muchos amigos en este país, compañeros en la lucha por el software libre y otros. He conocido varios placeres, como las chocolaterías de Bariloche, las montañas de Salta y su mar de nubes, Les Luthiers, los libros de Dolina, los asados, los tallarines finitos e infinitos, la Gran Pensión Libre y el puente de la estación de Coghlan. Hace pocos meses, anticipaba seguir volviendo a Argentina muchas veces más. 
Luego recibí con susto la noticia del Sistema SIBIOS, con el cual exigen las huellas dactilares de todos los que entran en el país. Al ver esa noticia, pensaba que nunca volvería a Argentina. Hay injusticias que debemos resistir aunque cueste. No doy mis huellas dactilares; sólo pueden sacarlas con fuerza. Si un país me las exige, no voy. 
Luego supe que, por el momento, SIBIOS sólo funciona en Buenos Aires. Reconocí que me ofrecía la oportunidad para una visita más, entrando por otra ciudad, y la aproveché. Así estoy aquí, pero la oportunidad no va a durar. 
La injusticia de exigir datos biométricos a los visitantes se originó, como tanto mal, en los Estados Unidos. Con vergüenza por mi país, recomiendo que todos los no estadounidenses rehusen visitarlo. Pero esto no justifica que otros países lo hagan. “No somos peores que los EEUU” no excusa nada. 
Hay mucha tendencia a la vigilancia en la Argentina actual. Por ejemplo, la tarjeta SUBE (como las parecidas en otras ciudades) registra todo uso de los transportes. 
En mis sueños, los argentinos eliminarían SIBIOS, y la vigilancia de SUBE. Si sucede, puedo volver a visitar este país en el que cuento con mucha amistad. Pero no tengo la fuerza de lanzar esta lucha. Les toca a los argentinos. 
Siendo ateo, no digo “adiós”. ¿Qué decir? 
Hasta el milagro, Argentina.

sábado, junio 09, 2012

Junio 09, 2012


* Asombroso Roberto Kusterle, el de los mutantes.

* Beach House estrena video.

* Biografía del escritor oculto.

* Una celebración del desconcierto.

* Gabo recuerda selectivamente, y lo bien que hace.

* No se entiende mucho, pero suena bien.

* Las cosas que nos hacen conocidos en el mundo.

* Ya lo sabíamos, pero es bueno que se recuerde.

* ¿Por qué no My Darling Clementine? ¿O Videodrome?

miércoles, junio 06, 2012

Ray Bradbury, 1920-2012


—¿No habla Blake en alguna parte —dijo el padre Vittorini— de las
Maquinarias de la Alegría? Es decir, ¿no promueve Dios los ambientes y luego
intimida las naturalezas dando vida a la carne, llevando, a hombres y mujeres
de aquí para allá, como nos ocurre a todos? Y así felizmente lanzados hacia
adelante, dotados de gracia e ingenio, en calmos mediodías, en climas
serenos, ¿no somos las Maquinarias de la Alegría de Dios?
—Si Blake dijo eso —comentó el padre Brian—, nunca vivió en Dublín.

Introducción a Las Maquinarias de la Alegría, 1962



(Gracias Castrato)

domingo, junio 03, 2012

La patria vendida


Si nos importaran las banderas, los símbolos, los himnos y toda la parafernalia patriot(er)a que aprendimos a aborrecer en la niñez y la adolescencia, esta imagen del partido de ayer nos provocaría indignación. Pero como estamos más cerca de los apátridas (o, en todo caso, dentro de otras patrias que no se congregan en un partido de fútbol), sólo nos despierta la reflexión de que la "marca país" y el "país productivo" que nos vienen machacando los gobernantes ya tiene, finalmente, su trofeo. Enhorabuena.

(Gracias a L. por el envío).

sábado, junio 02, 2012

G. E.


Tres fragmentos del reportaje sobre Gustavo Escanlar firmado por el escritor chileno Alberto Fuguet para el libro Los malditos (Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2011):





Por un tiempo, en los ’90, fui un fan de Escanlar. O, al menos, un fan de la idea de Escanlar. Creí que era alguien indispensable, el mejor de todos pero el que tenía menos suerte, el Manuel Puig posmoderno-rockero que estaba dispuesto a sacrificar su obra con tal de que su obra fuera personal. Leer a Escanlar por primera vez fue impactante: no parecía latinoamericano, no parecía escritor. Más que escribir, parecía hacer música; más que narrar, parecía estar vomitando y jalando al mismo tiempo. Por eso lo invité a participar de un par de antologías que co-edité, (McOndo, con Sergio Gómez, publicada por Grijalbo en 1996, donde Escanlar participó con un cuento llamado “Gritos y susurros”; Se habla español, con Edmundo Paz Soldán, publicada por Alfaguara en el año 2000, en la que Escanlar participó con un cuento llamado “Pequeño diccionario spanglish ilustrado”) donde siempre era el mejor o, al menos, el más freak, el más eléctrico.

Ahora, después de haber regresado de Montevideo, siento que lo que me tocó vivir en esa ciudad fue una novelita trash. Escanlar era mucho más oscuro, estaba mucho más escindido, era mucho más complejo que sus festivos primeros libros de relatos, Oda al niño prostituto (1993) y No es falta de cariño (1997), infestados de referencias pop y dibujos porno, que terminaron leyéndose como una suerte de manifiesto pro-adolescencia y anti-establishment, lo que, para algunos, lo transformó en un autor de culto y para otros en un exhibicionista especializado “en espantar viejas”. Era John Belushi fusionado con Bukowski, pero sin obra. Fui a Montevideo a seguir a un escritor y me topé con un Lou Reed que tomaba un desvío por el wild side camino a su cita diaria –obligada, culposa, merquera– con sus padres.

¿Por qué todo lo que tengo en mis libretas, en mi grabadora, en mi computador, en mis carpetas con fotocopias, parece los trozos de una película que tenía protagonista pero no un guión? Fui tras un escritor y volví salpicado de sangre, con la historia de un hombre ciego por los focos, el maquillaje pastoso, la droga dura, la orina propia, la farándula mal iluminada y berreta, el cotilleo, el morbo, y con la sensación de que un huracán había azotado a la gente que lo había conocido que parecía estar recuperándose de un mal que los había cambiado para siempre. Los que lo quisieron no estaban dispuestos a dar la cara y los que lo odiaron tampoco. Todos, sin embargo, me hablaron mucho. Concertaba entrevistas que iban a durar sólo cuarenta y cinco minutos y terminaban alargándose dos horas para luego enfrentarme a frases del tipo “no podés citarme”, “esto es muy fuerte; yo tengo hijos”; “no es bueno estar ligado a Escanlar”; “lo desprecié, sí, pero estamos en Uruguay”; “lo quise mucho pero no sé si deseo ver mi nombre impreso”. No entendía.

Aún no entiendo. ¿Quién era Gustavo Escanlar? ¿Era un escritor?

***

Muchos me dicen que no debería juntarme con Arbilla porque, justamente, pertenece a Búsqueda, un “pasquín facho”, “una sábana reaccionaria”. Arbilla me pregunta:

–¿Qué te han dicho de mí?

Le digo y se ríe. Dice que, para él, Búsqueda es “de centro-derecha y liberal”.

–Aquí escribe Vargas Llosa. Eso le gustaba a Gustavo.

Pero, para decir la verdad, todos me han hablado mal de todo el mundo: “ojo, ten cuidado: es turbio”; “no le creas”; “es un hijo de puta”. Por ejemplo: le escribo a un escritor que conozco, un tipo encantador, aunque otros me dicen que no lo es. Me responde que estará feliz de verme y me invita a su casa. Le respondo aceptando y diciéndole que estoy intentando saber más de Gustavo Escanlar.

No vuelve a escribirme. Imagino que porque Escanlar lo consideraba un enemigo. Pero Escanlar también descalificó a Benedetti y se mofaba de Galeano y se burlaba del dramaturgo y novelista Mauricio Rosencof (que estuvo varios años preso y fue torturado por la dictadura en la cárcel de Punta Carretas, hoy un shopping), que lo acusaba de falta de ética y caradurismo.

–¿Estás escribiendo de quien…?

–¿Alguien de verdad te mandó para acá…? ¿Te pagaron el pasaje? ¿Escanlar?

–Mirá: hablemos pero off the record, ¿tá?

–No sé si quiero hablar de él. Fuimos amigos, confié en él. Sé que murió odiándome. Yo no lo odio, no lo odié. Quise odiarlo.

–¿Escanlar? ¿Esto es una broma?

–Gustavo no era facho, que seguro ya te lo han dicho, ¿o no?;

¿Qué más te han dicho? –me dice Danilo Arbilla.

¿Qué más me han dicho? Qué no me han dicho. Lo refrescante, lo que impresiona, es que el primero que dijo todas esas cosas fue el mismo Escanlar en sus textos, entrevistas y declaraciones.

–Yo creo que era de izquierda más que derecha –insiste Arbilla–. Su tema era más generacional; más un asunto de estética que, digamos, de ética.

El escritor Gabriel Peveroni cree lo mismo.

–Ni de derecha ni de izquierda. Era un provocador. Y como la cultura y el establishment están dominados por la gerontocracia de izquierda, sus dardos fueron para ahí una y otra vez, hasta quedarse sin espacio. Creo que fue creando el personaje y que al final esa era su forma de relacionarse con el mundo. Su prestigio no se diluía por atacar a esos nombres y te diría que a la larga el que ganó fue Escanlar. Nadie con dos dedos de frente en Uruguay defiende a Benedetti como poeta, nadie piensa a Galeano como escritor y de Rosencof se piensa que es un viejo narcisista que tiene un delirio con Artigas. Todas esas cosas las fue diciendo. El tema es que aburrió, y ese es un factor que él no podía controlar, porque vivía de eso y tenía que hablar por la radio, escribir crónicas y decir pavadas en la tele. El personaje se lo fue comiendo.

***

La segunda y última vez que lo vi fue en Madrid. Recuerdo retazos de imágenes, frases sueltas: “¿Sabés dónde se consigue hachish?”. Trato de ubicar, en Montevideo, a Daniel Mella, otro escritor uruguayo que estaba invitado a ese congreso organizado por Casa de América y la editorial Lengua de Trapo, en mayo del 1999, con ocasión del lanzamiento de Líneas aéreas, una antología de cuentos inéditos que intentaba reunir a todos los autores latinoamericanos nacidos después del año 1960, o sea, post boom. Escanlar y Mella, que tenía por entonces 22 años, fueron las estrellas de ese congreso. Todos hablan de “los uruguayos”, pero casi no recuerdo haber hablado con Escanlar. Lo recuerdo un día, sudado, cuando apareció con Daniel Mella, que parecía un surfista californiano. Escanlar tomaba agua mineral y nos decía que había visto Todo sobre mi madre y que se quería follar a Cecilia Roth. Recuerdo eso. Pero lo vi muy poco. Él andaba en plan demoler hoteles (y comprar remeras y drogas y anteojos y discos) y yo ya sólo quería dormir en ellos. Su cuento era uno de los mejores de la antología, quizás uno de los más comentados por los asistentes. Se llamaba “Una fiesta popular” y terminó convirtiéndose, años después, en prólogo o primer capítulo de su novela La alemana (una suerte de segunda parte de Estokolmo pero de una violencia gore inusitada, que tuvo una pequeña vida anterior bajo otro nombre, Dos o tres cosas que sé de Gala, con prólogo de Peveroni y publicado en Uruguay en 2005, en la editorial Linardi y Risso). Como nunca estaban, pero iban a todas las fiestas, a Escanlar y a Mella les empezaron a decir Batman y Robin. Tengo esta imagen, también, en una taberna: Escanlar con una remera negra de los Simpsons comiendo jamón serrano y contándonos que se iba a follar a Mella.

Hasta que llegó el día.

Me dicen que fue el primer día; yo creo que fue la clausura. Da lo mismo. Los organizadores optaron por darle la palabra a un invitado de honor: Mario Benedetti. La sala estaba repleta, no sólo de escritores sino de periodistas, de diplomáticos. Yo estaba sentado en el hemiciclo. Después de unos aplausos apareció Benedetti y empezó a dar su charla. Según encuentro en la red, el autor de Primavera con una esquina rota recibió a más de treinta autores nóveles con palabras de aliento: “Algunos exquisitos dicen que las grandes utopías ya no tienen vigencia, pero ¿y las pequeñas?”. Abogó también –según un sitio de noticias culturales– por la recuperación de la ética: “Los artistas, los intelectuales, los escritores, los poetas tenemos que ser resistentes ante el lavado de memoria. Tenemos que volver a los valores éticos”.

Ahí empezó la debacle.

Escanlar y Mella aparecieron en la entrada del teatro. Estaban los dos sin camisas, sudados. Escanlar, gordo, peludo, mojado; Mella, dorado como un muñeco Ken, lampiño. “Mira, –me dijo Edmundo Paz Soldán entonces–, va a decir algo”. Y, en efecto, Escanlar empezó a chillar: “¡Cómo se atreve a aconsejar a los jóvenes si usted nunca lo fue. Usted cree que la vida se divide en blanco y negro, usted escribe puras mentiras!”. Algo así. Creo que lo sacaron los de seguridad, pero según Daniel Mella, que ahora es un hombre y padre de familia, fue él quien lo sacó y lo subió a un taxi para llevarlo hasta el hotel. Mella me aclara las cosas y las ordena: Escanlar, unos años antes, había sido su profesor en Comunicaciones (algo que hizo por un tiempo, mientras escribía mil notas y publicaba sus primeros libros), y lo hacía leer a Bukowski y le ponía buenas notas y le decía que era un genio y que con su pinta podía triunfar. Mella ni siquiera lo conocía mucho, sólo como un profesor desordenado que les llenaba la cabeza de “malas ideas pero también de una seguridad de que podíamos escribir como queríamos, que uno podía escribir sin pensar en qué era correcto o en estar preocupado por la crítica”.

–En rigor, no fuimos nunca amigos; era mi profesor. Nunca tuve un lazo fuera de clases en Montevideo.

Pero cuando se toparon en Madrid se unieron “por esa cosa de ser uruguayos”. Mella acompañó a Escanlar una noche, en su desesperado viaje por los suburbios de Madrid buscando hachis.

Después lo dejó en el hotel y no sabe qué sucedió, pero tiene clarísimo el momento del check-out. Estaba pagando sus extras cuando Escanlar rodó, borracho, escalera abajo. Cuando vio a Mella, le pidió dinero.

–Guacho, pasáme unos mangos.

Mella le dio cien dólares y sintió una pena profunda.

Fue ahí, en Casa de América, en un Madrid ardiendo, la última vez que vi a Gustavo: sudando, gritando contra quien él creía el enemigo y que, a ojos de todos los demás, parecía un abuelito un poco pasado de moda.