sábado, enero 07, 2012

Eficacia del desaliento

De un artículo de Carlos María Domínguez sobre Anderssen Banchero:
Las virtudes de Banchero conviven con sus abusos, de la tristeza, de la sordidez, y con lo que podría llamarse, a falta de una definición precisa, “el mal de la literatura uruguaya”. Comparte con Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti, Héctor Galmés, Mario Levrero, Marosa di Giorgio, Armonía Somers, entre otros, una prescindencia que también es una decisión estética menos frecuente del lado argentino. Acaso porque en la cultura argentina nadie se percibe atrapado en un pozo, como suele ocurrirle a la mayoría de los artistas en este país. Desde 1939 la imagen es onettiana, pero Onetti sólo dio con la metáfora de un secreto a voces, anticipado por la geografía y cavado en la cultura. Hay un pozo de treinta y tres metros de profundidad entre Brasil y Argentina, y una disyuntiva de hierro: intentar alcanzar el cielo que promete el brocal, o lanzarse al fondo. En el caso, una ambición nihilista, un desaliento lleno de energía, insano, nada glamoroso, muchas veces ni siquiera presentable, impregnado de creatividad y cargado de ideas.

Más allá de los circunstanciales intentos de difusión, el desprecio de los grandes públicos por las obras de estos escritores, más prestigiosos que frecuentados, coincide con un desprecio esencial de sus obras por los grandes públicos. Sumergirse en la soledad, la impiedad o el feísmo, la saturación y extravagancia de una aventura estética libre de compromisos y presiones, por otra parte, inexistentes, afianzó una opción que dio logros literarios valiosos y casi secretos. Hasta el momento en que otras miradas vinieron a recogerlos, como ha sido notorio en el caso de Hernández, Onetti y en los últimos años, Levrero. Es, quizá, una actitud intelectual nacida del desamparo institucional, de la ausencia de un mercado de lectores capaz de sostener la profesión, y de ámbitos consagratorios. Un estímulo por defecto, una libertad legitimada por su irrelevancia social y económica, que no alcanza a explicar pero acaso hizo viable el tejido de la imaginación alrededor de mundos abyectos o revulsivos, delicados bordados perceptivos de las formas de la decadencia y ciertas búsquedas de la belleza por la eficacia de lo tremendo.

3 comentarios:

  1. Salvo por la novela luminosa, levrero es infumable, un autista literario, lo mismo felisberto (salvo "por los tiempos de CC"), cuyo pecado no es la mala escritura, sino que es un bodrio. Autores sin pulso, sin alma, sin capacidad de percibir nada salvo el ombligo, sin autocrtítica. Vincular a estos autores con Onetti es un error considerable. Y sostener que la indiferencia y la pobreza son condiciones privilegiadas para una buena literatura es una superstición. Si hay una literatura mediocre en Uruguay es a pesar de eso.

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  2. "París", "La ciudad", "El lugar", "La máquina de pensar en Gladys", "Desplazamientos", "Gelatina" y siguen títulos: ¿autista literario? Caramba, Astillero, no lo tenía tan desnorteado. Y si hablamos de autismo, nada más autista que la sublime "Novela luminosa". De hecho, el solipsismo es un ingrediente esencial de mucha gran literatura. Mire a Bernhard, si no. O Perec. Y no leí en el fragmento (ni en el artículo) una relación causal entre la indiferencia y la pobreza con la gran literatura, al menos no como regla de oro o ley absoluta.

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  3. la novela luminosa es sublime, pero es lo único, y no es casualidad que sea su despedida de este mundo. No dije que fuera un mal escritor, diría que es un gran escritor, pero me resulta un bodrio, qué le voy a hacer. Releí cosas después de la luminosa y me convencí aún más: grandes construcciones mentales, despliegue de imaginación, escritura impecable, capacidad de abstracción, cero alma. Y yo busco conmoción. Soy un mal lector, arbitrario, sin duda ingrato.

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