Lo de Lana Del Rey podría resumirse más o
menos así: hace poco más de un año se la conocía por su verdadero nombre, Lizzy
Grant, y cantaba en bares y pequeños eventos de Nueva York. Después de –según
ella– pelearla durante años y de “no
tener ni para comprar cocoa puffs” (cosa extraña porque el padre es un
hombre de negocios exitoso), finalmente firmó con una discográfica y empezó a
escalar. No queda muy claro cuándo pasó de vivir en una van a tener “una serie”
de managers y abogados alrededor, pero la cosa es que estos últimos le buscaron
un nombre que “encajara” con su música, y así fue que se convirtió en una
mezcla de actriz de los ’50 y un Ford. ¿Qué les hizo creer a estos señores que
ese alias funcionaría? La nostalgia de las letras, quizá, y lo cinematográfico
del sonido. Difícil sería decirlo con precisión ya que el disco que grabó en su
momento desapareció de iTunes hace un tiempo. Ella quiere que nos concentremos
en “lo nuevo”, sólo que todavía no hay mucho para escuchar.
En abril de este año, la fanpage de Lana
Del Rey en Facebook no tenía mayor feedback que la de, digamos, cualquiera. El
mes siguiente publicó en YouTube el videoclip de Video Games –el primer single de esta nueva etapa sin punto de
inflexión definido–, hecho mayormente de retazos de imágenes vintage y que
editó ella misma. El número de likes
y fans en la red social se triplicó o más. La canción muestra su faceta más Cat
Power y da prueba de que tiene una voz versátil, que puede alternar entre
graves y agudos con comodidad; que es una gran cantante, en definitiva. Aunque
más deslumbrante que su voz resultó ser su cara: piel veinteañera de porcelana,
nariz perfecta, labios carnosos; tanta belleza no puede pasar inadvertida, como
si la chica fuera sólo una voz bonita. Así que el periodismo de todos los
colores no tardó en hacerse eco de la nueva muñeca parlante. Desde The Guardian hasta The Sun; desde Pitchfork
hasta Hipsterrunoff (el blog
amarillista del indie), Grant pasó a
estar en boca de todos. Que si tiene colágeno o no, que si es un producto más o
es “real”, que si va a bajar de un hondazo a St. Vincent y se va convertir en
la nueva chica indie o va a pelear por el lugar que dejó Amy Winehouse en el mainstream... La cuestión es decir algo.
Y ella, que no es demasiado elocuente en las entrevistas y –sobre todo– es
evasiva al responder (de sus preferidas son “me
metí en demasiados líos en mi vida” o “Dios
me ha ayudado muchas veces”), alimenta el morbo y la expectativa por saber
qué es lo que tiene realmente para dar. De hecho, las entradas para sus
primeros shows en Estados Unidos y Europa se agotaron en minutos.
Entre tanto bombo, el calificativo que
parece haberle quedado es el de “controvertida”. Poco importa que sea buena o
mala cantante, o qué suma su música al espectro –indie, mainstream, mindie o el
que fuere–, lo importante es que sea objeto de controversia, lo cual supone
que, mientras dure la racha, todo lo que venga de su parte va a vender. Así fue
que, al poco tiempo de lanzar dos videos prácticamente caseros (Blue Jeans fue el segundo), se hizo de
un presupuesto holgado para el tercero, BornTo Die, y lo despilfarró. Filmó en una catedral en París, alquiló un tigre,
un chongo tatuado, se enchastró en sangre, todo en un mismo video. ¿Y de qué
habla en sus canciones ya que las letras son suyas? De amor, desamor y amor
otra vez. “Es por vos, por vos/ Todo lo
que hago/ El paraíso es un lugar en la tierra con vos”, le canta a un novio
que en lugar de mirarla desvestirse se cuelga jugando a la play.
Bastante extraño es que haya empezado al
revés: primero la prensa, después la gira y, por último, el disco. Ahora, que
la imagen que vende sea, al menos, algo retrógrada (su look, la estética de los
videos y varias de las letras son un guiño exacto al American dream) es directamente insólito. A fines de enero sale
finalmente el álbum, de manera que todo lo dicho hasta ahora sobre Lana Del Rey
fue sólo un preámbulo. Sabido es que la chica nueva nunca pasa inadvertida;
mucho menos si es linda. Pero también es cierto que a las dos semanas la nueva
deja de ser nueva, y si es linda pero no tiene carisma, aburre. En lo que
respecta a Grant, todo es incertidumbre, pero si no deja de pucherear y apelar
a figuras tan trilladas como la de la chica frágil y algo conflictuada que, de
un momento para el otro, se puede transformar en femme fatale, está condenada a
sentarse en el primer banco, mientras los de atrás le tiran el pelo y se le
ríen en la espalda.
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