miércoles, enero 11, 2012

El que va por Lana





Por Micaela Ortelli | Radar

Lo de Lana Del Rey podría resumirse más o menos así: hace poco más de un año se la conocía por su verdadero nombre, Lizzy Grant, y cantaba en bares y pequeños eventos de Nueva York. Después de –según ella– pelearla durante años y de “no tener ni para comprar cocoa puffs” (cosa extraña porque el padre es un hombre de negocios exitoso), finalmente firmó con una discográfica y empezó a escalar. No queda muy claro cuándo pasó de vivir en una van a tener “una serie” de managers y abogados alrededor, pero la cosa es que estos últimos le buscaron un nombre que “encajara” con su música, y así fue que se convirtió en una mezcla de actriz de los ’50 y un Ford. ¿Qué les hizo creer a estos señores que ese alias funcionaría? La nostalgia de las letras, quizá, y lo cinematográfico del sonido. Difícil sería decirlo con precisión ya que el disco que grabó en su momento desapareció de iTunes hace un tiempo. Ella quiere que nos concentremos en “lo nuevo”, sólo que todavía no hay mucho para escuchar.

En abril de este año, la fanpage de Lana Del Rey en Facebook no tenía mayor feedback que la de, digamos, cualquiera. El mes siguiente publicó en YouTube el videoclip de Video Games –el primer single de esta nueva etapa sin punto de inflexión definido–, hecho mayormente de retazos de imágenes vintage y que editó ella misma. El número de likes y fans en la red social se triplicó o más. La canción muestra su faceta más Cat Power y da prueba de que tiene una voz versátil, que puede alternar entre graves y agudos con comodidad; que es una gran cantante, en definitiva. Aunque más deslumbrante que su voz resultó ser su cara: piel veinteañera de porcelana, nariz perfecta, labios carnosos; tanta belleza no puede pasar inadvertida, como si la chica fuera sólo una voz bonita. Así que el periodismo de todos los colores no tardó en hacerse eco de la nueva muñeca parlante. Desde The Guardian hasta The Sun; desde Pitchfork hasta Hipsterrunoff (el blog amarillista del indie), Grant pasó a estar en boca de todos. Que si tiene colágeno o no, que si es un producto más o es “real”, que si va a bajar de un hondazo a St. Vincent y se va convertir en la nueva chica indie o va a pelear por el lugar que dejó Amy Winehouse en el mainstream... La cuestión es decir algo. Y ella, que no es demasiado elocuente en las entrevistas y –sobre todo– es evasiva al responder (de sus preferidas son “me metí en demasiados líos en mi vida” o “Dios me ha ayudado muchas veces”), alimenta el morbo y la expectativa por saber qué es lo que tiene realmente para dar. De hecho, las entradas para sus primeros shows en Estados Unidos y Europa se agotaron en minutos.

Entre tanto bombo, el calificativo que parece haberle quedado es el de “controvertida”. Poco importa que sea buena o mala cantante, o qué suma su música al espectro –indie, mainstream, mindie o el que fuere–, lo importante es que sea objeto de controversia, lo cual supone que, mientras dure la racha, todo lo que venga de su parte va a vender. Así fue que, al poco tiempo de lanzar dos videos prácticamente caseros (Blue Jeans fue el segundo), se hizo de un presupuesto holgado para el tercero, BornTo Die, y lo despilfarró. Filmó en una catedral en París, alquiló un tigre, un chongo tatuado, se enchastró en sangre, todo en un mismo video. ¿Y de qué habla en sus canciones ya que las letras son suyas? De amor, desamor y amor otra vez. “Es por vos, por vos/ Todo lo que hago/ El paraíso es un lugar en la tierra con vos”, le canta a un novio que en lugar de mirarla desvestirse se cuelga jugando a la play.

Bastante extraño es que haya empezado al revés: primero la prensa, después la gira y, por último, el disco. Ahora, que la imagen que vende sea, al menos, algo retrógrada (su look, la estética de los videos y varias de las letras son un guiño exacto al American dream) es directamente insólito. A fines de enero sale finalmente el álbum, de manera que todo lo dicho hasta ahora sobre Lana Del Rey fue sólo un preámbulo. Sabido es que la chica nueva nunca pasa inadvertida; mucho menos si es linda. Pero también es cierto que a las dos semanas la nueva deja de ser nueva, y si es linda pero no tiene carisma, aburre. En lo que respecta a Grant, todo es incertidumbre, pero si no deja de pucherear y apelar a figuras tan trilladas como la de la chica frágil y algo conflictuada que, de un momento para el otro, se puede transformar en femme fatale, está condenada a sentarse en el primer banco, mientras los de atrás le tiran el pelo y se le ríen en la espalda.

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