De la crítica de Luis Martínez a J. Edgar, de Clint Eastwood:
Dice el director que ha
pretendido un retrato impresionista en el que el espectador rehace lo que ve. Y
suena mal. Jamás el cine de Eastwood ha necesitado justificación. Es difícil,
eso sí, rebatir la volcánica interpretación de Leonardo DiCaprio. El actor se
muestra imperial frente a lo impreciso de su texto y lo artificioso de su
maquillaje.
Pero, y esto es lo
importante, la grandeza del fracaso de la película no hace sino confirmar el
tamaño exacto del director de Gran Torino. Fiel al vocabulario que guía toda
su obra, Eastwood no puede por menos que intentar ser Eastwood y el peso de la carga
acaba por aplastarlo todo. Incluido al propio espectador. No importa. Como cada
uno de sus personajes, el fracaso no es tanto el resultado de sus actos como el
destino necesario de sus obras. Sólo el fracaso justifica la necesidad de
acción, el triunfo es cosa de gente sin principios.
El espectador nunca rehace lo que ve, a duras penas ve lo que hay. Tal vez J Edgar era demasiado para filmarse, como son demasiado algunas grandes novelas, y ahí estriba toda la dificultad. La vi el sábado y me pareció ágil pero excesiva, estructurada de un modo que es muy dificil empatizar con cualquiera de los personajes, rebajada por el envejecimiento bastante burdo de la secretaria y el amante (no sé si es que el de Di Caprio está bien hecho o que a él le disculpo lo que sea). Me preguntaba si no hubiera sido mejor poner actores viejos para la vejez, pero no, había que mostrar que ellos pasaron por el mundo cambiándolo pero la vida apenas pasó por ellos (suena cursi, pero creo que esa es una idea central de Eastwood, no sólo en esta película). Y si, ser un grande fracasando no es para cualquiera. Un triunfo redondo puede ser incluso una feroz casualidad.
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