miércoles, mayo 25, 2011

Sola contra todos

Fue un acontecimiento que Beatriz Sarlo aceptara la invitación de 678, un programa de análisis de los medios masivos argentinos, en especial la televisión. Habitualmente, los panelistas del programa, todos periodistas e intelectuales orgánicos, se solazan en su progresismo y recitan indefinidamente las recetas de los manuales de análisis de discurso.

Sarlo, notoria anti-K pero con algún grado más de agudeza (¿honestidad?) intelectual que los solemnes integrantes de ese circuito, acaba de sacar un libro, justamente, sobre Néstor Kirchner. De modo que la aceptación a meterse en la boca del lobo (ella sola contra ocho talibanes, liderados por un paquete absolutamente insoportable llamado Gabriel Mariotto) debe haber tenido una cuota de promoción editorial, pero es innegable su coraje.

Desde su blog, Quintín había escrito una carta abierta a Sarlo, tratando de disuadirla de que fuera al canal 7, con el argumento de que “La presencia de invitados en el piso no es más que una decoración destinada a reforzar el mensaje que diariamente se emite en los informes”. Al día siguiente de emitido el programa, adjudicándose un rol profético que desatiende lo que efectivamente pasó, Quintín ratificó sus sospechas: “Como lo preví, Sarlo convalidó con su presencia el adoctrinamiento, el escrache y la desinformación de 678.

El colofón de la anécdota, si es que hay alguno, queda sumergido en el aturdimiento producido por demasiados discursos pagados de sí mismos y por un show de las ideas dominado por el recurso de quién articula mejor, quién hace el mejor firulete retórico y quién actúa mejor el papel de Portavoz de la Ética y las Buenas Causas.

Sin embargo, hay varios momentos significativos y fermentales, todos gracias a Sarlo. Ver, por ejemplo, la comparación que hace de las transiciones de la dictadura a la democracia en los países de la región, y la necesidad de ampliar la reivindicación de la memoria reciente a la responsabilidad civil en actos populistas funcionales a los totalitarismos (comienzo de la Parte 2).

Hoy, un día después de la contienda televisada, Sarlo habló sobre su experiencia:

No me importó si ellos eran siete, ocho o diez. En el caso de un debate hay que atenerse no sólo a las reglas impuestas por otros (sobre las que no tengo ninguna decisión ni control) sino a las reglas democráticas según las cuales uno vive. Los presidentes deben dar entrevistas con preguntas a la prensa; los intelectuales deben tomar riesgos. El cálculo de consecuencias no es mi fuerte.

4 comentarios:

  1. Expertos de la retórica, los porteños.

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  2. Leí el libro de Sarlo. Me parece un pésimo encare de la personalidad de Kirchner. Destina tres capítulos a cuestionar las nuevas tecnologías (Twitter, Facebook), condimentado con abundantes sucesos menudos en un juego retórico. Desnudando desde las contradicciones en el vestir de Cristina hasta las palabrotas del ex presidente. 1) Aventuras de la política en Celebrityland. 2) Actos y Cuerpos 3) El animal político en la web.
    A la altura del cuarto capítulo el lector ya se dió cuenta que no va a encontrar un análisis serio de la fabulosa impostura kirchneriana, con argumentos sólidos. A partir del cuarto capítulo, dos round para pegarle a 678, cosa que no vale tanto la pena, se critica solo.
    Coincido con Quintín, y coincido con Lorre en la segunda intervención de Quintín. Sarlo está ahí para promocionar su libro y la verdad es que arrancó muy bien con la influencia de las elites (progres o no) y después demostró que hace falta poco para superar el discurso mediocre de los oficialistas.

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  3. Buenos datos los de la lectura del libro, Castrato. Ahora le digo que ese programa trajo cola. Mire aquí, si no:

    http://www.perfil.com/contenidos/2011/05/26/noticia_0023.html

    http://www.perfil.com/contenidos/2011/05/25/noticia_0017.html

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  4. Gracias por los enlaces. Lamentables las declaraciones de AF. Gran cazador de brujas, aplica lo que dice el oficialista Mariotti,¨el gorilismo es universal¨. Sarlo no debió contestar con la misma medicina a Barone, recordándole que trabajó para La Nación. La respuesta era otra. El periodismo es una profesión peligrosa. El principal peligro es la genuflexión.

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