miércoles, diciembre 08, 2010

El gran simulador


por Alonso Ruvalcaba

Exit through the giftshop de Banksy es, desde el título, un comentario político, un ejercicio subversivo contra mucho de lo que resuena en las artes plásticas en estos días: las pujas descomunales, la coronación y sometimiento del artista callejero, la apertura de la galería mainstream al esténcil o la calcomanía, la producción serial de obra, la obra como souvenir… Exit through the giftshop es una comedia malévola, que aprovecha el disfraz de documental para abollar lo que queda a su paso.

Es, también, una fábula y una amonestación. Ya en su primera escena “Banksy, graffiti artist”, responde con el rostro oculto y la voz distorsionada la pregunta “por la que se debe empezar”: ¿Qué es esta película? “Mmmm… La película es la historia de lo que pasó cuando este tipo trató de hacer un documental sobre mí. Pero él resultó ser bastante más interesante que yo… La película es sobre él, más o menos…” Y agrega sin faltar a la verdad: “No es Lo que el viento se llevó pero probablemente tenga una moraleja por ahí.” El “tipo” es Thierry Guetta, a regular family man, dueño de una tienda de ropa en la zona “más bohemia” de Los Ángeles, a finales de los noventa; sacaba buen dinero, dice el narrador, vendiéndole sus trapos a los ciudadanos más “fashion-conscious” de la ciudad. (Las comillas están en la narración y definitivamente no son caprichosas.) Entonces, en un viaje familiar a Francia, Thierry tiene un encuentro “dramático”: su primo, un artista visual, hace mosaicos con las figuras del videojuego Space Invaders y con éstos decora las calles francesas. El artista, claro, es quien “con el tiempo” conoceríamos como Invader:

Thierry había llegado, accidentalmente, al mero centro de un “movimiento”, el street art, que en los años siguientes haría explosión. Sin ton ni son pero con un portentoso ánimo abarcador, Thierry sigue a su primo a todos lados, y graba a otros artistas franceses, como Monsieur André y Zeus. “Me gustaba la sensación de peligro”, dice Guetta. (Banksy, desde su irónica oscuridad, agrega que al movimiento, por la cualidad efímera de su producto –graffitis, esténciles, calcomanías–, le venía bien que alguien de confianza trajera una cámara.) En Los Ángeles, gracias a Invader, Thierry conoce a Shepard Fairey, otro grafitero que el tiempo haría famosísimo (es autor de Hope, el archirreconocible póster de campaña de Obama); Fairey, no sin cierta confusión, se deja grabar por Thierry, quien se ha convencido a sí mismo de que está haciendo un documental sobre la emergencia del street art. Con ese fin su unen otros artistas callejeros: Dotmasters, Swoon, Cyclops, Ron English. Thierry los entrevista con absoluta inocencia, o con total estulticia. (An English le pregunta: “¿Usted sabe dibujar?”) En la edición de este pietaje está una de las películas que Exit through the giftshop es: un policromo y literalmente singular retrato del arte callejero en Estados Unidos y Europa.

Es 2003. Banksy es la figura máxima del street art, amo del disfraz, pintor inglés ultra afilado, rarísimo punk con sentido del humor cuya identidad está mejor guardada que la de un agente de la CIA (hasta que WikiLeaks decida lo contrario). Previsiblemente, Thierry decide que tiene que grabarlo. Ésta es la segunda película que tenemos enfrente. Contactado Banksy, convencido con reservas del trabajo de Thierry Guetta, lo que seguimos ahora es la gestación de algunas de las instalaciones más conocidas del artista: la caseta de teléfonos “asesinada” en Londres, la “falsificación” de billetes de diez libras, el prisionero de Guantánamo vuelto globo en Disneylandia; especialmente, la exposición individual Barely Legal preparada por Banksy en Skid Row, Los Ángeles, en 2006. (Un detalle ominoso: Thierry comienza a hacer sus propio arte –“Se me hizo fácil”, dice–: un autorretrato con cámara, pasado a esténcil, pasado a calcomanía. Primero pequeñitas, pegadas en refrigeradores; luego, enormes, en muros callejeros.) La exposición es un éxito gigantesco. Y una decepción. “El asunto no era ya el arte”, dice Banksy, “sino el dinero y el hype.” El documental de Guetta tiene que salir entonces: mostrar “la verdad” del movimiento, los años de gestación. Mostrar la neta.

Pero el documental no existe. Horas de material están arrumbadas, sin clasificar , aleatorias entre otras miles en la cochera, en la covacha, en el ático del “cineasta”. Thierry nunca quiso, de verdad, hacer el documental. El gozo, nos dice, “estaba en la grabación”. Bajo la encomienda y casi la amenaza de Banksy, Thierry reduce sus miles de cintas a 90 minutos de un documental que titula Life remote control. Y nosotros vemos, divertidos y azorados, unos cuantos minutos de esa película incomprensible, delirante en un sentido enfermo de la palabra, estupidísima.

(sigue en Letras Libres)

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