Por Andrés Hax
Aunque lo han comparado con Tolkien —por los gigantescos mundos imaginarios que inventa repletos de monstruos impensables, facciones políticas radicales, y tecnologías bizarras—, para hacerse una imagen de China Miéville habría que hacer un cruce entre Víctor Hugo, William Burroughs y H.P. Lovecraft. Con sólo 33 años, es considerado uno de los autores más importantes dentro del género fantástico. Ha ganado el Arthur C. Clarke (uno de los premios más importantes de ciencia ficción) dos veces. Su nouvelle The Tain (El azogue) fue editada por la editorial Interzona.
—Una de las cosas que pasa siempre en sus novelas es que lo familiar resulta extraño y lo extraño, familiar. ¿Es una táctica literaria consciente?
—Sí, es intencional. Suena terriblemente pretencioso cuando lo digo, pero es un intento de ubicarme en la tradición de defamiliarización que fue utilizada más intensamente por los surrealistas. Lo que los surrealistas llamaban belleza convulsiva es muy importante para mí. Creo que el género de la fantasía, en su mejor nivel, trabaja muy bien con la defamiliarización y la alienación. Por eso siempre digo, medio en chiste, que la ciencia ficción es la rama “pulp” del surrealismo. Hay cosas raras en mis novelas pero intento presentarlas sencillamente. Quiero crear en el lector lo que en inglés se llama culture shock o la sorpresa cultural. Cuando uno está en otro país, las cosas que lo sorprenden profundamente no son los grandes monumentos culturales — como las pirámides o
—¿Le molesta que el establishment literario excluya a la ciencia ficción de la categoría de literatura seria?
—He tenido bastante suerte ya que hay mucha gente que me dice: “Yo nunca leo ciencia ficción pero me gustan sus libros”, lo cual me cae bien. Pero la marginalización de la literatura fantástica —ciencia ficción, horror, fantasía— en general es sumamente molesta. Lo digo siempre en el caso de M. John Harrison, por ejemplo: si uno está limitado por una visón convencional de lo que es la literatura contemporánea no se dará cuenta al leerlo que está en presencia de uno de los escritores vivos más grandiosos, sea cual sea el género de sus obras.
—¿Y a qué se debe esta falta de respeto al género?
—Es complicado. Una de las cosas que a mí me encanta de la ficción fantástica es que es heredera de la tradición visionaria: de los poetas estáticos como William Blake o Francis Thompson. Lo complicado cuando uno argumenta con lectores convencionales que desprecian el género es que es verdad que hay muchos autores del género que francamente no son muy buenos escritores. Eso en cuanto a su prosa; pero lo importante es que tienen visiones increíbles y eso es lo que nos interesa como lectores. H.P. Lovecraft es un ejemplo de esto: su prosa no es muy buena y su habilidad para contar cuentos tampoco. Pero la sensación de asombro que crea es tan extraordinaria que prefiero toda la vida leerlo a él que a los 10 mejores jóvenes novelistas de Granta.
—¿Como influye su vida política en su trabajo literario?
—Bueno, yo soy socialista y estoy muy activo en varias organizaciones locales acá en Londres. Entonces mucha de esa experiencia entra en mis novelas. Por un lado, uso eso porque me interesa. Pero por otro lado hace que los mundos que invento sean más creíbles. También soy siempre consciente de que mi trabajo como novelista no es hacer un discurso político. Quiero que alguien disfrute leyendo mis novelas por más que no estén de acuerdo con mis posturas políticas o si simplemente no les interesa la política. Entonces mis novelas tienen política, y si te interesa, muy bien. Y si no, ojalá los monstruos y las batallas te hagan seguir leyendo.
-Ñ
un crá el china. y es inglés.
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