Descendiente directo de François Truffaut y sus 400 golpes, la ópera prima de Maurice Pialat, L'enfance nue (1968), es una mirada descarnada a la infancia de François, un chico de diez años de edad que, tras ser abandonado por su madre, se ve obligado a transitar de hogar adoptivo en hogar adoptivo. A diferencia del tratamiento que se le ha dado a la gran mayoría de personajes infantiles, Pialat no escatima en secuencias que esbozan la ambigüedad de las emociones de la niñez. François es tierno en una escena y descarnado en la siguiente. En los primeros diez minutos de la película lo vemos arrojar un gato desde un quinto piso y un par de secuencias después lo vemos salir de su casa y gastarse todo su dinero en un regalo para la mujer que acaba de sacarlo, prácticamente a patadas, de su casa. Y es esta, quizás, la mayor virtud de la película de Pialat: su ojo neutro, capaz de registrar la violencia soterrada, la dulzura y las obsesiones de la niñez.
Después de que lo corren de su primera casa, François va a dar a un orfanato, donde rápidamente es puesto en el cuidado de una pareja de ancianos. Es ahí donde transcurre la mayor parte de la película y donde Pialat da rienda suelta a su atinado instinto para retratar la brecha insalvable entre las normas adultas y el espíritu de la infancia. Hostigado por sus compañeros de escuela, perdido en un mundo de gente mayor, François es proclive a exabruptos de violencia. No obstante, fuera de intentar entender al niño que ahora vive bajo su techo, sus “nuevos padres” lo castigan y reprimen con inclemencia. La dirección de Pialat no permite deducir mucho del mundo interno de su protagonista: no hay grandes discursos, ni explicaciones, ni intentos de redención. Lo que deja de manifiesto el comportamiento errático de François es que él, siendo niño, no tiene las herramientas necesarias para comprender sus impulsos destructivos y mitómanos. Lo espeluznante de la película es que deja de manifiesto que los adultos que lo rodean son igual de incapaces de comprenderlo y solazarlo. Por lo tanto, no necesitamos ninguna escena que retrate la soledad de François. La podemos intuir; podemos llenar los huecos que Pialat sabiamente deja implícitos. Nunca vemos llorar a su niño, nunca lo vemos buscar consuelo. En el último tercio, la anciana que lo cuida dice haberlo escuchado llorar. Y con eso nos basta.
La puesta en escena es particularmente acertada. Los interiores lucen adocenados y compactos: los cuartos son más jaulas que recámaras. Los exteriores delatan una Francia rural y marchita, prima lejana de aquel pueblucho que retratara Jean- Luc Godard en Band à part: un lugar en el que los niños se dan a la delincuencia casual y al vicio porque no parece que haya otra cosa que hacer. Aquí y allá, Pialat salpica sus paisajes con un par de ovejas que se alimentan con apatía, con riachuelos de agua marrón, con montes cenizos, con árboles desnudos. François no tiene madre humana, pero es, claramente, hijo de este contexto: más un animal salvaje que un niño.
L´Enfance Nue fue un fracaso comercial en su estreno, y no es difícil ver por qué. Su visión de una infancia violenta, casi feral, es difícil de tragar, precisamente porque no ofrece antídoto alguno. La cinta acaba y deja una estela de preguntas donde esperaríamos respuestas; no está aquí para iluminar ningún camino. Es un espejo –quizás una ventana– a la vida de un niño confundido y los adultos que lo descartan porque no saben cómo, ni quieren, ayudarlo. Parca, contundente y esencial, L´Enfance Nue es una joya indiscutible de ese catálogo, tan reducido, de films dramáticos con protagonistas menores de edad.
-Daniel Krauze, Letras Libres
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