Después de su etapa maoísta y de un accidente de moto que le tuvo dos años hospitalizado, Jean-Luc Godard se instaló en Grenoble con el fin de convertir su casa en un estudio de cine. Quería poner el contador a cero, irse del centro, París, para llegar a la periferia, volver al cine como si éste fuera un alfabeto por descubrir. Fue en aquella larga resaca post-68 cuando JLG decidió incluirse como figura en sus películas y filmarse a sí mismo. Pero frente al hábito de los cineastas de representarse como hombres de acción en un rodaje o rodeados de gente, Godard se autorretrató en la intimidad creativa, en su casa, junto a la moviola o el escritorio, en el proceso de dudar y pensar, según una iconografía cercana a la del escritor o el filósofo. Como en la canción de Léo Ferré, estaba ya en otro país, otra soledad.
En los días en que irrumpe una revolución, cuando se derriba un sistema ideológico pero todavía no se ha impuesto otro en el poder, se vive en la incertidumbre y la exaltación, en un estado febril. Todos sabemos cómo la vida amonesta después los sueños de cambio: la reinstauración de lo gris, la norma, lo adulto, el desfile de los filisteos. Todos conocemos la amargura de la derrota: eso se ha escrito, se ha filmado. Y sin embargo, Godard parte de la convicción de que el arte es lo único que nos hace permanecer en ese estado febril. Sólo Godard ha sostenido toda su obra en la posibilidad de cambiar las formas, en el corte revolucionario.
La mayoría de cineastas se acomodan en un sistema formal dominante, y su intervención artística consiste en crear variaciones dentro de ese sistema. Pero Godard se sitúa siempre entre o contra los sistemas formales impuestos, en un cruce de caminos: “Quieres pararte en un punto de la circulación, porque estás cansado. Quieres cambiar de dirección. El ángulo es un corte a través de la realidad, como un barco en el mar. En términos sociales, esto es lo que una revolución es, la creación de un nuevo corte, una nueva forma de ir a través de la realidad".
De ahí surge el pensamiento estético de Godard. Negándose a acatar la ideología dominante del cine narrativo, filma las formas en revolución, con la energía propia de los estados de expectativa comunal ante un cambio de época. Desde ahí, como en una noche en vela, las ideas de JLG se disparan a una velocidad turbulenta. No dejarán resaca.
(sigue en
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