domingo, diciembre 05, 2010

Superbling

Me acabo de enterar de que existe una variedad de la cultura denominada superbling. El término bling lo popularizó el rapero LilWayne con su tema Millionaire dream. Esta canción se refería a los cadenones y pulseras de oro y brillantes que dicho artista lucía en cuello y muñecas. Y bling aludía al ruido que producían las joyas al chocar entre sí, o a los brillos que despedían. Más tarde se habló de la sociedad bling-bling, sinónimo de los círculos adinerados y tirando a pijos [conchetos] en los que le gustaba moverse al presidente francés, Nicolas Sarkozy. Y ahora tengo noticia de la cultura superbling, cuya máxima expresión sería la calavera revestida de diamantes que diseñó y puso a la venta, por 50 millones de libras, el avispado artista Damien Hirst. (Quien, a falta de mejor postor, acabó por cierto comprándosela a sí mismo, auxiliado por un grupo de inversores).

La buena noticia respecto a esta calavera refulgente es que se ha pasado los últimos tiempos oculta a ojos del público, en la negrura sin luz ni destellos de una caja fuerte. Salvo en los días de su presentación en Londres (2007) y, luego, durante una breve exposición en el Rijksmuseum de Amsterdam (2008), la pieza ha permanecido en lugar secreto. No había quien pagara los desquiciados costes de seguros, seguridad o instalación que exige este bibelot.

La mala noticia es que eso se ha acabado. Desde el pasado día 26, y hasta el 1 de mayo del 2011, la calavera se exhibe en la habitación del duque Cosimo del Palazzo Vecchio, sede histórica del poder florentino. ¿Por qué es una mala noticia? Pues porque un palacio en el que trabajaron Vasari, Miguel Ángel y Leonardo, entre otros, quizás sea demasiado escaparate para tamaña horterada [terrajada]. Y digo horterada [terrajada] porque Hirst la ideó al objeto de cegarnos con su obscena riqueza, que no para conmovernos con el fulgor de la inteligencia o la sensibilidad. El crítico Bonito Oliva ha ido más allá al denunciar que la contemplación de la calavera “corrompe el gusto del público”. A lo que las autoridades florentinas, cómplices del montaje, han replicado que la obra de Hirst es una de las más importantes del arte contemporáneo. Acto seguido, abrieron las taquillas del palacio y empezaron a recibir a los previstos 230.000 visitantes que se dejarán, cada uno, 10 euros para verla.

¿Cultura superbling? ¡Anda ya! ¿Por qué hay tanta afición al oxímoron? ¿Por qué se insiste en casar conceptos que se repelen? Si fuera cultura no sería superbling (porque la cultura a todos nos enriquece, y la obra de Hirst sólo para él busca réditos). La calavera de marras es además ridículamente cara, incluso para el más bobo fashion victim del arte, y fruto de una inspiración comercial, que no artística. Hirst se pasa además de cínico al subrayar que los 8.601 diamantes de su calavera han sido obtenidos éticamente, y que dicha obra nos invita a reflexionar sobre la brevedad de la vida... ¡Pamplinas! [¡Las pelotas!].

–Llátzer Moix (intervenido por Peter Lorre), La Vanguardia

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