Hay que ser muy osado para titular un film Poesía, sobre todo en Corea del Sur, de donde es originario. Ni allí ni en ningún sitio, la verdad, está nadie para sonetos. Y sin embargo, tras ver esta Poesía de Lee Chan-Dong, no se le ocurre a uno nombre más adecuado. Poesía, sí. Poesía necesaria como el cine que consumimos a 24 imágenes por segundo. O como ese aire que respiramos, que decía el poeta.
Chan-Dong afronta una tragedia asfixiante: la de una mujer que sabe que su nieto está implicado en un horrible crimen. Una mujer mayor que, además, descubre el gusto por las palabras –que también es el gusto por la poesía– precisamente cuando está perdiéndolas. El alzheimer la tiene acorralada. ¿Típico melodrama? Podría serlo, en el mal sentido. Un melodrama de sentimientos trasnochados y cumbres lacrimógenas perdidas entre la publicidad televisiva de media tarde. Pero no; nada de eso. El gran cineasta que es Chan-Dong (cineasta universal, no de gueto asiático) trasciende la dolorosa anécdota de esta mujer angustiada, nada valiente y cada vez más sola, para elevarla a un terreno de significado esencial: ¿qué significa la poesía con un futuro tan negro?, se pregunta el director. La película es imprevisible, moviéndose con la misma indeterminación que la mujer en cuestión, encarnada con desarmante convicción por la gran actriz Junghee Yun. No teman: el filme no es un canto vacío a la belleza estéril. Por el contrario resulta un ejercicio necesario, ahora más que nunca, de mirada descarnada. Mirar el mundo fijamente para nombrarlo. Buscar la palabra justa y el sentimiento verdadero. Y luego, atreverse a ser honestos. Eso es Poesía. Cínicos, abstenerse.
-Salvador Llopart,
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