domingo, noviembre 21, 2010

Tumbas

Hay muchas formas de recordar a los escritores muertos. La más sencilla es leerlos, otra más complicada es homenajearlos. También hay quien, como el escritor holandés Cees Nooteboom, se ha dedicado a visitar sus tumbas. Empezó a hacerlo en el año 1977 con la tumba de Proust y culminó con la escritura de un libro titulado Tumbas, editado por Lumen.

Para Nooteboom “en algún rincón secreto de nuestro corazón albergamos la idea de que esa persona nos ve y se da cuenta de que seguimos pensando en ella”. El libro incluye las fotos que tomó frente a cada tumba la mujer del escritor, Simone Sassen. En total la pareja ha visitado 82 tumbas entre las que se incluyen la de Borges en Ginebra, Goethe en Roma, Antonio Machado en Collioure o Cortázar en el cementerio parisino de Montparnasse.



Jardín de Monk´s House, East Sussex 2006

Virginia Woolf
1882-1941

La lucha: eso es lo que quedó grabado en mi memoria del Diario de una escritora de Virginia Woolf. La lucha consigo misma y con el mundo. La ansiedad por el libro que escribe y, en cuanto está terminado, los temores y preocupaciones por lo que los críticos puedan escribir acerca de él. Y esto de nuevo cada vez, con cada libro. La primera idea, un primer título; luego la reorganización, un segundo título; cómo progresa, el triunfo cuando se termina, las reacciones de los amigos, la anticipación de un rechazo hostil. Y luego su marido, Leonard Woolf, la editorial, a la que acuden juntos, su juicio cuando de nuevo se acaba un libro, los viajes a Francia e Italia, su hermana, el rigor despiadado de su propio juicio en el terreno literario y social, Bloomsbury, Vita Sackville-West, el jardín de Monk’s House en Rodmell, la relación con la servidumbre, los encuentros con Eliot, con Bennett. Más tarde, la guerra, las «voces» que la persiguen y finalmente la empujarán al suicidio. Pero lo que en medio de todas las relaciones y acontecimientos retorna sin cesar es la obsesión por escribir el combate con las palabras, el miedo al juicio. Es un combate de gladiadores para una persona, un combate en el cual, utilizando las palabras de Roland Holst sobre Slauerhoff, ella fue tanto cazadora como víctima. Conforme se avanza en el texto se va convirtiendo uno, a su pesar, por la manera en que está escrito todo esto, en una especie de voyeur, como si de una u otra forma hubiera ido a parar a una casa donde no se le ha perdido nada y entonces ve algo que, lento pero seguro, lo deja sin respiración.

Sussex, Rodmell, los senderos que ella recorrería sin duda muchos cientos de veces para ir a su amada Monk’s House. En cuanto abandonamos el motorway estamos en una Inglaterra anticuada. Monk’s House está cerrada. No se hacen excepciones. Sus cenizas fueron esparcidas por el jardín; se ve desde la antigua iglesita un jardín con una floración orgiástica, voluptuosa, seductora; no se puede imaginar una sepultura más hermosa en esta estación del año. Los niños juegan en la verde hierba entre las viejas lápidas del camposanto de la iglesia, monumentos de piedra en los que se han perdido los nombres de las personas a las que pertenecen. La iglesia, por su parte, es el corazón de una comunidad en la que todo el mundo se conoce. Leo las palabras escritas en el libro de los fallecidos más recientes y veo una foto de Freddie Bleach en su telar de trescientos años de antigüedad; tejió fundas para cojines que aquí se llaman kneelers, y deben sus intensos colores a tintes fabricados por el propio tejedor; cada cojín es un ejemplar único. Oigo a los niños fuera cantando una canción y luego cruzo el centelleante paisaje hasta llegar al camino que ella misma recorrió aquel último día y aun hoy es de arena. En las zanjas, lentejas de agua, caléndulas, juncos. Al borde del camino, clavellinas y dientes de león; en el horizonte, lomas alargadas y onduladas. En las aguas del Ouse, que tiene flujo y reflujo, tres cisnes; se abandonan a la corriente, de modo que puedo ver lo rápida que es. Hay piedras en la cenagosa ribera. Todo está silencioso. Miro fijamente las agitadas aguas y sé que a la naturaleza le es indiferente cuanto hagamos o dejemos de hacer, al menos así parece, como siempre.

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