por José Emilio Pacheco
El novelista trabaja de un modo continuo, fijo; escribe cierto número de horas y de páginas cada día. Para el poeta eso resulta imposible y quien ha intentado escribir un poema diario ha obtenido resultados catastróficos. Por otra parte, es imposible emprender ninguna actividad humana sin dedicación y para aspirar a escribir poemas y, quizás, ser poeta, uno tiene que trabajar mucho. Así que hay que encontrar un punto intermedio entre no forzarse a escribir y seguir practicando continuamente.
En mi caso, no tengo un taller propiamente, sino cuadernos y un ordenador donde apunto lo que se me ocurre, lo que me interesa, lo que me gusta, con muchas versiones que luego no utilizo. Quisiera mostrarme como una persona muy racional y ordenada, que cree en el esfuerzo y el tesón, pero lo cierto es que existe algo para lo que no hemos encontrado mejor nombre que inspiración, responsable de las escasas ocasiones en las que nuestro trabajo cumple nuestras expectativas.
Escribo en toda clase de lugares, se me han ocurrido textos en el metro, en un tren... Hubo un tiempo en que los aviones eran un campo muy propicio para el intento poético, pero se han convertido en un infierno. Los propios aeropuertos eran antes muy favorables para trabajar, con sus grandes salas vacías, pero ahora están atestados. En cambio, una de las últimas fronteras de la escritura son los cuartos de hotel, son sencillamente maravillosos.
Texto completo en Minerva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario