El primer editor de Mario Levrero lo recuerda en un texto que prologa la reedición de La máquina de pensar en Gladys (Irrupciones, 2010).
Por Marcial Souto
El manuscrito que cayó del cielo
Hay que ser afortunado para que el primer manuscrito que le toque a uno leer en la vida sea el de La ciudad de Mario Levrero. Hacia fines de 1969 un amigo, el dibujante estrella del semanario Marcha, Pancho Graells, me puso en contacto con un editor que quería hacer “una colección de libros de ciencia ficción para lectores jóvenes”. Después de una primera conversación con el editor, Pancho me presentó a un tal Jorge Varlotta, que acababa de ser finalista de un premio de novela organizado por su semanario. Varlotta traía bajo el brazo el manuscrito de la novela, firmado por Mario Levrero, y al dármelo me explicó que como la persona que escribía esas cosas era muy diferente de la que andaba por la ciudad aparentando normalidad, usaba para los textos de ficción el segundo nombre y el segundo apellido, casi un seudónimo. Esa noche leí La ciudad, donde una situación cotidiana, engañosamente trivial, esconde infinitas capas de misterio y tensión, y tomé la decisión de publicar como fuera ese libro único. Al día siguiente Jorge Varlotta me dio el manuscrito de La máquina de pensar en Gladys, suma de los cuentos que había escrito después de 1966, fecha de creación de La ciudad. Ese era mi primer proyecto profesional con un editor y creía haber encontrado algo muy especial. A partir de ese momento todo el esfuerzo estuvo dirigido a convencer a la editorial de que esos textos eran más atractivos que los que ellos querían editar y además era literatura uruguaya. Para acompañarlos propusimos una novela corta, amablemente fantástica, de José Pedro Díaz, y logramos imponer un nombre meramente descriptivo de la colección: Literatura Diferente. La ciencia ficción quedó reducida a dos delgadísimos volúmenes donde había sobre todo algunos cuentos fantásticos bastante raros que seguramente espantaron a todos los “lectores jóvenes”. Fueron cinco libros en total, que aparecieron durante 1970. Yo tenía veintidós años y Jorge veintinueve.
(sigue en Eterna Cadencia)
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