lunes, septiembre 13, 2010

Contar historias

Cuando Gay Talese publicó en 1962 en la revista Esquire un texto sobre Joe Louis, ex campeón de los pesos pesados, Tom Wolfe lo saludó como un ejemplo emblemático de lo que empezó a llamarse por entonces nuevo periodismo. Frente al otro, el viejo, lo que aportaban este tipo de propuestas era otra manera de contar las cosas que, según el propio Talese, ponían al lector "en estrecho contacto con personas y lugares reales mediante el fiel registro y empleo de diálogos, entornos, detalles personales íntimos, incluyendo el uso del monólogo interior, además de otras técnicas que desde tiempo atrás se asociaban con los dramaturgos y los escritores de ficción". Con el tiempo, para distinguir esta manera de proceder frente al que sólo hacía vulgar periodismo se empezó a utilizar la fórmula "contar historias". Una fórmula que, en su día, permitió que entrara aire fresco en las redacciones de los periódicos y que, sin embargo, poco a poco se ha ido convirtiendo en un peligroso veneno que puede acabar con la esencia del oficio. A Gay Talese le pareció un "cumplido innecesario" que Tom Wolfe dijera que estaba haciendo algo nuevo. Lo suyo no era más que lo de siempre: prestar atención y no perderse ni un solo detalle. Una excelente recopilación de trabajos de Gay Talese, Retratos y encuentros (Alfaguara; traducción de Carlos José Restrepo), permite conocer las técnicas, y el estilo, de este maestro de la llamada no ficción. Un periodista, en fin, que trabaja a fondo cada pieza para iluminar su contenido desde los ángulos más diversos y para dar, así, una visión más completa de la verdad de las cosas, que suele ser múltiple y ambigua y llena de una inmensa gradación de grises.

¿Qué ha ocurrido para que, en estos días, se le pongan a uno los pelos como escarpias ante la menor referencia a la fórmula "contar historias" cuando se la escucha en un periódico? Pues que lo que nació para dar más se ha convertido en la mejor estratagema para dar menos. Gay Talese, y Tom Wolfe y los que vinieron después, pretendían añadir un poco más de complejidad a la información que se hacía entonces y buscaron hacerlo a través del encuentro personal con quienes protagonizaban las noticias. Seguirlos, preguntarles de todo, escudriñar en sus contradicciones, conocer sus alrededores. Y encontrar la escritura más idónea para contarlo. Ahora de lo que se trata es de servirse de la fórmula de contar historias para saltarse el tedioso proceso de perseguir y contrastar una información. Más que complejidad, lo que se pide es simpleza: añadir adjetivos, darle un aire de proximidad a los textos y pintar los asuntos en blanco y negro. David Simon, periodista y creador de la impresionante serie de televisión The Wire, ha contado que en su caso las cosas fueron más lejos. En The Baltimore Sun no le pidieron simplemente que contara historias, le exigieron que fueran "dickensianas", que llamaran al lagrimón fácil para vender más ejemplares. Nada, por tanto, de periodismo (ni del viejo, ni del nuevo).

Gay talese Gay Talese nació en 1932 en una pequeña isla situada frente a la costa sur de Nueva Jersey. Su padre era sastre y su madre montó una tienda de ropa. Fue allí donde aprendió el oficio de periodista, escuchando a las damas que iban a probarse nuevas prendas y que se entretenían en contarse sus cuitas y problemas. Todas las cuestiones que importaban en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX se trataron en la tienda, explica Talese, y él aprendió que la riqueza estaba en los matices, en los detalles, en lo que no se termina de contar. Escribe: "Mi madre les preguntaba a sus amigas: '¿En qué estabas pensando cuando hiciste tal y tal cosa?', y yo les hacía la misma pregunta a los sujetos de mis artículos posteriores".

Una lección de la extrema complejidad de hombres y mujeres y de lo imprevisibles que son las cosas que pasan está contenida en Retratos y encuentros. Su magistral pieza sobre Frank Sinatra, escrita "desde lejos", y las que publicó sobre Joe DiMaggio o Joe Louis conviven con otras donde los protagonistas son desconocidos. Reconstruye la atmósfera en la que surgió la Paris Review o el boato inútil que rodeó el encuentro de Fidel Castro con Muhammad Alí. Sabe ser grave y tener sentido del humor. Y, sobre todo, más que contar historias lo que hay ahí es periodismo del bueno. Conviene recordarlo.

- José Andrés Rojo, El País de Madrid


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