Por Paula Jiménez.
Llegué al libro, por primera vez, de casualidad, en una librería. Leí allí el arranque glorioso de “El progreso del amor”, el primer cuento, el que le da su nombre. Y me emocioné. Contra mi voluntad, lo dejé en esa mesa de novedades porque no tenía dinero para llevarlo. Recuerdo mi resignación, esa acción ejecutada con lentitud: apoyar el libro en la pila, las mujeres de la foto de tapa, el tinte azul, la palabra amor en el título. Después supe que mis amigas ya lo habían leído, hacía rato. Y aunque podía pedirlo prestado, finalmente opté por comprarlo. Fue en Libros de Arena, en Mar del Plata, este invierno. Nada más acertado para aquellos días helados que tener esos relatos a mano para pasarla bien, o más que eso, para conectarme con la intensidad de la vida que, a veces, a fuerza de rutinas y costumbres, se escamotea. En las historias de El progreso del amor, el libro de Alice Munro, la tragedia sobrevuela, ni más ni menos, que ese mundo cotidiano, el escenario donde sus personajes se mueven en ronda de amores, vecinos, amigos, desconocidos. No hay grandes hechos. Es la vida ordinaria siguiendo su pulsión de continuidad, acechada por algún suceso trágico ya acontecido, o peor, que aún no aconteció. Y, para la psicología humana, cuando una tragedia queda en suspenso parece esperar pacientemente la ocasión de manifestarse. Una tragedia, su reverberación en el tiempo, es la sombra del final de lo que imaginábamos eterno. A la luz de este dolor se iluminan para Alice Munro los detalles de la vida. Esos detalles son las contradicciones, pequeñas dichas, ocultamientos, errores que también son las fuerzas potentes y secretas que sostienen el amor. Son sus tensiones. Y de esas tensiones el amor se alimenta.
Leyendo uno tras otros esos cuentos tuve, una vez más en mis 41 años, la contundente sensación de que nosotros, las personas, hemos venido a ejecutar una trama repetida y distinta cada vez. Pero esta interpretación no importa. Solo la capacidad de narrar la espesura y complejidad de esa trama es la que cuenta. Alice Munro capta, sobre la base de un universo que a todos nos parece familiar, una creciente novedad: eso es literatura. Y cuando la literatura revela nuevos mundos, la especie humana alcanza otro nivel de evolución, configura verdades, sutilezas y vínculos que le estaban vedados. La habilidad de Munro para detectar matices, precisar situaciones y hacer despuntar en sus personajes la difícil virtud de la honestidad y el reparo del engaño, nos enfrenta a un retrato de clase y de especie, a una identificación de la cual parece imposible desentenderse. Su capacidad de penetrar en la psiquis humana y llegar sin rodeos al punto, al verdadero punto donde la cuestión se origina, es otra de las características que la convierten, a mi juicio, en una de las voces más impactantes de la narrativa actual. Y yo estoy agradecida de haber abierto su libro aquella tarde, como de casualidad, como se da, tantas veces, con esas cosas que después no se olvidan.
Paula Jiménez es psicóloga y escritora. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía Ser feliz en Baltimore (2001), Formas (2002), Ni jota (2008) y Espaciosnaturales (2009). Ha recibido el 1er. Premio del Fondo Nacional de las Artes, entre otros. Este año participó en la lectura poética ¡Sale Filba!
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