Muchos de los grandes temas de los que se ha ocupado de manera obsesiva y con extrema lucidez la escritora estadounidense Janet Malcom (Praga, 1934) tienen que ver con la escritura de no ficción. ¿Hasta dónde se puede llegar para contar la verdad? Y, sobre todo, ¿cómo es esa verdad, cómo surge, de qué manera se construye y bajo qué condiciones se impone? En uno de sus mejores ensayos, La mujer en silencio (Gedisa; traducción de Mariano Antolín Rato), en la que explora la controvertida relación entre Sylvia Plath y Ted Hughes, de lo que se ocupa en realidad es de reflexionar sobre la biografía. ¿Qué se puede contar, qué es lo importante, cómo es posible no traicionar a los muertos y ser lo suficientemente fieles para contar lo que les pasó durante sus vidas? En 1963, la poeta Sylvia Plath se suicidó metiendo la cabeza en un horno de gas mientras sus dos hijitos dormían en una habitación cercana. Llevaba pocos meses separada del también poeta Ted Hughes. En su libro, Janet Malcom recoge varios fragmentos de las cartas que este último le escribió a su amigo Al Alvarez, el responsable de haber contado con todo detalle cómo ocurrió aquel terrible episodio. En un momento dado le dice: "Para ti fue algo que escribiste, sin duda contra una gran resistencia interior, para tus lectores son cinco minutos interesantes, pero para nosotros es permanente dinamita".
"Una biografía puede parecerse a un libro que ha sido garabateado por un desconocido", escribe ya casi al final del ensayo Janet Malcom. "Después de que hayamos muerto, nuestra historia pasa a manos de desconocidos. El biógrafo se considera, no alguien que toma de prestado una cosa, sino un nuevo propietario de ella, alguien que puede señalar y subrayar lo que le apetezca". Antes de hacer esta observación, la escritora ya ha familiarizado al lector con las cosas que pasaron antes y después de aquel día en que Sylvia Plath (en la imagen, con Ted Hughes en 1959; fotografía de Rollie McKenna) tomó la decisión de quitarse de en medio. Y lo primero que ocurrió, poco antes del final, fue la irrupción de lo que Hughes llamó su "yo auténtico" y que la llevó a escribir sus mejores poemas, los que aparecieron póstumamente en su libro Ariel. La energía de esa voz que, de pronto, se ve libre de cortapisas para llegar al fondo es un motivo que recorre el ensayo: la oscuridad y el sufrimiento como fuentes de la creación literaria.
El motivo, sin embargo, que impulsó a Janet Malcom a ocuparse de Plath y Hughes fue la biografía que Anne Stevenson escribió de la poeta. Por eso se ocupa, sobre todo, de cómo ésta construyó su relato, de las fuentes que utilizó, de las personas que la ayudaron (y de las que la boicotearon), de la presencia permanente de la hermana de Hughes siguiendo cada línea de su escritura, de las reacciones que provocó, de las críticas, del mundo académico que la aclamó o la rechazó. Y es ahí donde reside el extraordinario interés del ensayo de Janet Malcom. Si en una obra de ficción la verdad es la que impone su creador y es, por tanto, indiscutible, en una obra de no ficción siempre están los hechos, lo que implica que siempre se pueda cuestionar la tarea del que los cuenta. Siempre se puede dudar de la verdad.
Y, mucho más, cuando alrededor de los hechos florecen los intereses más diversos, muchos de ellos ignominiosos. Intereses grandes y pequeños, nimios incluso (de una beca para estudiar la obra de la poeta al afán de defender la causa feminista, del aplauso por un artículo al simple reconocimiento público por el mero hecho de haber sido vecino de la pareja). Con los hechos ocurre que están ahí, pero cada cual puede interpretarlos a su manera. Más incluso: decirlos o no decirlos. Y es en ese punto donde también entra la prensa, otra de las productoras permanentes de piezas de no ficción. Y ahí surge de nuevo otro doloroso reproche que le hace Hughes a Alvarez: "Sólo considerando que te has sometido a la ética del periodismo norteamericano, que te hizo ser despiadado y te privó de tu auténtica imaginación, puedo entender cómo llegó a aparecer ese artículo, y cómo lo que empezó a ser escrito de un modo sagrado por una parte tuya, como un documento privado, personal, fue arrebatado y vendido por la otra parte, tragado por la codiciosa demanda de ese público vacío".
-José Andrés Rojo, El País
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