La polémica en torno al nomenclátor del aeropuerto recuerda jornadas que uno hubiera creído perdidas para siempre. Está, por ejemplo, aquella medianoche de agosto de 1988, cuando el set de Punto Final, en Canal 4, recibía a Hugo Giovanetti Viola, por entonces tenaz militante comunista -pronto miliciano del Foro Batllista–, quien venía de publicar una novela. Julia Moller, la anfitriona, preguntaba a modo de recibimiento: “Onetti, Benedetti, ¿Giovanetti?”
La polémica en torno al nomenclátor del aeropuerto recuerda jornadas que uno hubiera creído perdidas para siempre. Está, por ejemplo, aquella medianoche de agosto de 1988, cuando el set de Punto Final, en Canal 4, recibía a Hugo Giovanetti Viola, por entonces tenaz militante comunista -pronto miliciano del Foro Batllista–, quien venía de publicar una novela. Julia Moller, la anfitriona, preguntaba a modo de recibimiento: “Onetti, Benedetti, ¿Giovanetti?”
Ahí se caía en la cuenta de por qué Onetti, nuestro autor moderno, proclamaba en vano un origen irlandés, y que su apellido, en rigor, era O’Netty (pronunciado ounitti): la perversión de la homofonía hacía que su obra y gloria bañaran, fatales, a cualquiera que le hiciera rima consonante. Bastaba terminar en etti y sonar italiano para ser sospechoso de gloria literaria. Algún tiempo después, perplejo ante el desmadre ideológico de ciertas fórmulas presidenciales de 1994, por ejemplo la de Tabaré Vázquez con Nin Novoa, que abandonaba el Partido Nacional, y la de Hugo Batalla, prófugo del Frente Amplio, con Julio María Sanguinetti, Sandino Núñez, entonces editor de La República de Platón, propuso la figura del fusorg, un cuerpo híbrido, una quimera a la que, tras un par de intentos, bautizó Bananetti, de ahí en más héroe en serie de sus editoriales.
La victoria del estricto Bananetti (es decir, esa fusión de Batalla y Sanguinetti) de seguro acortó la vida del suplemento, pero no la resonancia del fusorg: Bananetti sigue entre nosotros, o al menos eso habría que creer, ni bien se hiciera público que, siguiendo al parecer una campaña de Facebook, la diputada de Asamblea Uruguay Daniela Payssé propuso en su cámara el nombre de aquel que no es ni Onetti ni Giovanetti. El diario El País, en una nota sin firma, califica de “pueril” el argumento, recuerda que la terminal ya tiene un nombre -Cesáreo Berisso, primero en sobrevolar territorio uruguayo- y que, si se necesitan escritores fallecidos, se piense en Quiroga u Onetti. Por su parte, Gustavo Escanlar desde Búsqueda, tras recordar lo insignificante de la obra del pretendido homenajeado, propone un emporio de próceres de nuestros días (entre otros, Mauricio Rosencof, María Julia Muñoz, Daisy Tourné, Federico Fasano) para rebautizar moles, calles e inyectables.
Es fácil, incluso tentador, reducir esta proclama a “pataleos de derecha”, salvo que se atienda que, en Buenos Aires, en el marco de las actividades del FILBA, Roberto Echavarren recordó que consagrar el aeropuerto con el nombre de ese “escritor irrisorio si los hay […] es un insulto a la inteligencia de los habitantes del país y su cultura”, además de consagrar una “gesta vacua y destructiva” (la guerrilla tupamara). Esto de Echavarren, lo mismo que lo de Escanlar, parece surgir en respuesta a una contraportada de Brecha en la que Roberto López Belloso argumentaba que llamar “un aeropuerto Mario Benedetti puede no tener tanto que ver con la literatura (campo en el que no han faltado los cuestionamientos sobre su real valía), y llegar a producir la postergada sensación de que al fin se está apelando a algo de esa mística de izquierda, materia pendiente del proceso político uruguayo”.
Allí se ha reencendido a Bananetti, esa cruza de no se sabe qué bichos. ¿Cómo homenajear a un escritor por lo que NO escribe? ¿Cómo proclamarlo por su simpatía? Recuerda el pedir jugadores para la selección no por su juego sino por su piel negra (maniobra para introducir al Pollo Olivera que Tabárez desarticuló citando a Palito Pereyra). O, incluso más, es como pedir que el penal de Abreu contra Ghana lo tire el Pato Celeste.
Y, por otra parte, ¿qué es esa consagración de la mística de izquierda? Si se la quiere consagrar (algo que habría que revisar, porque Tabaré Vázquez, primer alcalde y presidente frenteamplista en Uruguay, se definía como batllista), olvidando que se trata, el aeropuerto, de un patrimonio de los uruguayos de toda filiación, pelaje y color, llámeselo entonces Aeropuerto Raúl Sendic. Ahora bien, si en definitiva lo que se pretende, nada más, es hacer pasar gato por liebre, escritor por posterista, intelecto por filiación política o cualquier barullo de ésos, llámeselo, sin más, Aeropuerto Bananetti.
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