CULTURA › YANNIS STAVRAKAKIS Y LA IZQUIERDA LACANIANA
› Por Sebastián Ackerman
”Me parece muy familiar el lugar, hay muchas cosas similares a Grecia: la forma de vida, de moverse la gente, cómo disfruta la ciudad. Es similar al sur de Europa. Y esto se traslada a los sociólogos y la manera en la que piensan teóricamente.” Yannis Stavrakakis está cómodo en Buenos Aires, donde llegó luego de participar del cierre del Congreso extraordinario de Ciencia Política en San Juan para presentar su último libro, La izquierda lacaniana, junto a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Habla en inglés pero con soltura, y se siente a gusto tanto en una conferencia exponiendo sobre teoría política como frente a un café y en diálogo con Página/12. “Nicos Mouzelis desarrolló la teoría de la semiperiferia: las grandes ciudades de los países del sur de Europa y del Tercer Mundo tienen culturas y políticas similares; por ejemplo, fuertes improntas populistas, como en Argentina y en Grecia”, compara, aunque se ataja antes de seguir hablando de la ciudad: “Lo que pueda decir de Buenos Aires por ahora es superficial. Tal vez en el futuro pueda quedarme un poco más”.
En su último libro, el autor griego analiza diversas imbricaciones que a lo largo del tiempo se fueron dando entre las formas de pensar lo político y el psicoanálisis: “Desde Freud hubo intentos de utilizar sus conceptos para pensar la política. Antes de la izquierda lacaniana, estuvo la izquierda freudiana. Hubo varios intentos de acercar estos universos. Creo que la razón por la cual la izquierda se interesó por el psicoanálisis fue la teorización del concepto del sujeto, porque en la literatura especializada de izquierda el sujeto era considerado como dado. Después de la Primera Guerra Mundial ése fue un problema muy importante, porque la teoría identificaba a los sujetos proletarios con su clase y no con su nación. Y de repente, algo salió mal: tuvieron que explicar por qué la gente no se comportaba de la manera en la que esperaban que lo hiciera. Por esto creo que es tan importante traer el psicoanálisis al campo de la política”, reflexiona.
–¿Qué diferencias hay entre la izquierda tradicional y la izquierda lacaniana?
–Se puede dar una definición formal: la izquierda lacaniana sería una corriente de la izquierda que usa a Lacan. No es una respuesta absoluta. Ahora, si hablamos de la izquierda lacaniana en la forma en la que yo estoy tratando de desarrollar el concepto, hay dos ángulos para pensarlo: tiene una perspectiva crítica para analizar los fenómenos políticos y sociales, pero también es un horizonte teórico y político para saber hacia dónde nos tenemos que dirigir y cuál es el objetivo, aunque no pienso que estas teorías, especialmente el psicoanálisis, tengan como rol llevar a la gente de la mano hacia algún objetivo. Este no es un manifiesto político. Sin embargo, hay ciertos elementos de la situación actual con los que la teoría puede crear el terreno para seguir una causa, pero sin garantías ni prescripciones. No hay seguridades que garanticen que vendrá lo nuevo. Dentro de este panorama, la izquierda lacaniana es un ángulo analítico que toma muy en cuenta el aspecto simbólico de la identificación, pero también el muy importante papel del goce para entender la constitución de una identidad duradera: la falla constitutiva, la identidad europea, la posdemocracia; todos los temas que se abordan en el libro.
–¿Cómo ayuda a la democracia pensar esto? ¿Se la puede pensar en estos términos?
–Aquí me tengo que referir a la diferencia entre democracia y posdemocracia, porque en Europa y Estados Unidos se están moviendo en una dirección posdemocrática. Y por posdemocracia entiendo una actualidad en la cual las instituciones democráticas y las elecciones todavía funcionan, pero la participación popular está reducida en el proceso político y el juego político tiene como espacio central a los medios. El segundo paso en esta tendencia posdemocrática es la marginalización de los derechos tras el 11 de septiembre y la “guerra contra el terrorismo”, que introdujo un nuevo equilibrio entre la seguridad y las libertades individuales. Entonces, en los últimos 30 o 40 años tuvimos un ataque a la idea de la igualdad, del bien común, del servicio público, a la soberanía popular; y en un segundo momento, un atentado a las libertades individuales y su marginalización. En cierto sentido, ambos pilares de la democracia liberal están en crisis.
–¿Y qué papel juegan en esta reflexión los conceptos lacanianos?
–Con respecto al horizonte sociopolítico implícito en el libro, es importante considerar dos elementos: la modestia, que tiene que ver con el registro de la limitación, la falta, la finitud, que siempre está presente en la vida humana, pero si sólo nos quedamos con esto terminaremos con una idea muy pasiva o nihilista; tenemos que agregar a esto un elemento de afecto, que tiene que ver con la activación de las pasiones, con el goce. Pero hay que tener mucho cuidado porque tiene que ser distinguido del afecto que es manipulado por la derecha y otros discursos que anclan en el consumismo. Tiene que haber un tipo diferente de afecto, una relación subjetiva y colectiva con el goce. Encuentro mis ideas para esto en las referencias de Lacan de un goce parcial, del no-todo, que está más allá de la fantasía de completitud que está subyacente en el goce fálico, dominante en los órdenes hegemónicos como el capitalismo.
–¿Puede ser el deporte un ejemplo?
–Creo que la identidad nacional es una construcción que surge en circunstancias históricas particulares, pero esto no explica por qué es tan duradera. Esto sólo se puede explicar en relación con el goce, y necesitamos presentar una tipología de formas de goce implicadas aquí: un goce de la fantasía, una promesa de que seremos una gran nación porque lo merecemos, pero que nunca se concreta. Siempre tenemos experiencias momentáneas de goce: por ejemplo, ganar el Mundial es uno de esos momentos. Por supuesto, esto sólo puede durar un día, una semana, un mes, porque Lacan dice que el goce que uno obtiene nunca es idéntico al goce prometido. La fantasía nunca se materializa. Y esto nos lleva a la tercera forma de goce, que nos dice por qué nunca se obtiene todo lo que está prometido, y Zizek lo formuló como el “robo del goce”: uno no puede obtener todo porque alguien lo robó. Así, parece que no se puede no porque no existe, sino porque alguien más lo tomó. La estructura es la misma, pero la fuerza particular y social que ocupa este “enemigo” de la nación puede variar. Y es diferente para los diferentes grupos dentro de la comunidad nacional, aunque el papel que desempeña siempre sea el mismo: el que imposibilita la totalidad.
Stavrakakis analiza también la imposibilidad que tiene la Unión Europea de constituir una identidad continental nacional, anclada en instituciones y mercados comunes. “Obviamente hay similitudes entre los pueblos europeos. El proyecto europeo fue básicamente una serie de discursos bastante tecnocráticos que se centraban en la economía y el mercado común. Pero los medios con los cuales intentaron hacer esto no tomaron en cuenta el elemento del goce. Fue un intento de que los pueblos se identificaran con las instituciones y los mercados. Y nadie puede enamorarse de un mercado... Y otro problema importante es que, con el proceso de incorporación de países a la Unión Europea, lo que se logró fue disminuir la conexión y su profundidad entre los países miembro. Es la primera vez, en muchísimos años, que la gente empieza a contemplar el final de la Unión Europea. Es la primera vez que esta idea se ve en los diarios”, analiza.
–En América latina, que en estos últimos años tiene gobiernos considerados como populistas, ¿cree que se puede generar una identificación más allá de lo simbólico? A diferencia de Europa, tenemos la ventaja de que hablamos mayormente una lengua común. ¿Puede esto ayudar a constituir una identidad continental duradera?
–Es obvio que el tipo de políticas que se está llevando a cabo en Europa es muy distinto al que se está desarrollando en Argentina, en Brasil, en Bolivia, en Venezuela, en Ecuador... En muchos países de América latina. Pero ahora que estamos experimentando la crisis en Europa, tenemos que estudiar muy bien qué está sucediendo en este continente, y creo que hay un interés creciente acerca de lo que está sucediendo acá. Por ejemplo, en Grecia, que es muy similar la crisis que está viviendo hoy a lo que pasó en Argentina en 2001. Esto generó mucho interés en lo que sucedió aquí, por saber cómo lo enfrentaron. Se necesita un know how, un saber cómo enfrentar esto, porque fue una sorpresa muy grande para los griegos que esto sucediera. Es como cuando ves los dibujitos y el gato está corriendo en el aire, y recién se cae cuando se da cuenta de que no tiene el piso abajo.
–¿Pero se puede planificar por adelantado el elemento de identificación “más allá de lo simbólico” para Latinoamérica?
–Es difícil de decir. No debemos ver lo simbólico y el goce como dos dimensiones separadas. Conceptualmente es útil distinguirlas para poder trabajar analíticamente. Pero en la realidad, en nuestras vidas, los dos niveles van de la mano. Por ejemplo, cuando la gente está enamorada crea una especie de lenguaje que sólo tiene significado para esa pareja, y no para las demás personas. Es cuando se intenta excluir la dimensión del goce y sólo se apunta a la cuestión simbólica que la cosa no funciona. Se convierte en una tecnocracia. Hay que trabajar con las dos dimensiones juntas.
–Entonces reformulo la pregunta: ¿cree que América latina va en esta dirección, de identificación continental más allá de un mercado común?
–Creo que desde el punto de vista analítico, aunque no estoy demasiado familiarizado con la situación, en vez de juzgar si esto está sucediendo o no, hay que pensar, a través del atractivo, de la popularidad que estas orientaciones tienen, si la gente está feliz y continúa apoyando estas políticas, a estos gobiernos. Si eso pasa, significa que está funcionando.
Página/12 • República Argentina
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