C. DEL NORTE | Bienvenidos a los Estudios Pyongyang
Los totalitarismos es que no tienen medida. Preguntas cuántos libros ha escrito el líder norcoreano Kim Jong Il y te dicen sin pestañear que 10.000. Ensayos. Cuentos infantiles. Biografías. Y, entre ellos, su obra cumbre: El Arte del Cine, o todo lo que el mundo debería saber sobre el séptimo arte y nunca se atrevió a preguntar.
El dictador tiene una de las mayores colecciones filmográficas del mundo, más de 20.000 títulos que incluyen cientos de películas porno, según miembros del Gobierno que desertaron al Sur. Así que ya puede el ciudadano medio de Pyongyang caminar kilómetros para ir al trabajo o tener dificultades para alimentar a su familia. El Querido Líder se encarga de que no le falte cine.
Una inmensa estatua del fallecido Kim Il Sung junto a una cámara de cine preside la entrada. Fue el Gran Líder y fundador de la patria quien inauguró el complejo nada más lograr la independencia de los japoneses en 1949. "El Sol Eterno (Kim padre) visitó este lugar 600 veces y el Querido Líder (Kim hijo) viene a guiarnos siempre que sus ocupaciones se lo permiten", dice el señor Pak, que se ofrece a mostrar La Meca del cine norcoreano.La producción norcoreana se concentra en los Estudios Cinematográficos de Pyongyang, más de 100 hectáreas de instalaciones donde se han creado éxitos locales como Fragancia de la Nación, Océano de Sangre, una surrealista versión de Godzilla con moraleja marxista y las 11 secuelas de Nación y Destino.
Un primer vistazo confirma que Corea del Norte no escatima esfuerzos cuando se trata de desarrollar aquello que le importa, ya sean bombas nucleares o malas películas. Se han construido réplicas de aldeas tradicionales norcoreanas y avenidas de ciudades de Japón, China, Corea del Sur o Europa, en este caso con una iglesia erigiéndose sobre viviendas de estilo colonial. Todo lo necesario para representar épicas de resistencia al invasor en las que los malos son malísimos y siempre son derrotados.
Una constante labor propagandística
El propio Kim Jong Il, citando a su padre, explica en su libro los ingredientes que han hecho del cine norcoreano lo que es: "El deber de los cineastas es revolucionarizarse con firmeza a sí mismos y dedicarse por entero a la lucha en bien del Partido y la revolución, y por la victoria de la causa del socialismo y del comunismo".
En realidad, todo en Corea del Norte está al servicio de una supuesta e interminable revolución que en el camino ha dejado un país aislado, arruinado y con hambrunas periódicas. Poetas, músicos o filósofos compiten a diario en sus loas al Comandante Supremo y no pocos han terminado en el gulag, acusados de mostrarle insuficiente devoción. Las portadas de los periódicos están dedicadas en exclusiva a sus actividades, los canales de televisión repiten una y otra vez sus visitas a las fábricas y su imagen luce en fachadas, estaciones de tren, vagones del metro, casas particulares e incluso en los trajes de sus ciudadanos, adornados con pins del Querido Líder o de su padre.
El cine es sólo una parte más del aparato de propaganda menos disimulado del mundo y sólo los temerarios subestimarían la importancia que tiene para un déspota que en los años 80 mandó secuestrar a la actriz surcoreana Choi Eun-Hee y a su marido, el director Sang-Ok. Quería que desarrollaran para él la industria cinematográfica local y, como en el El Padrino, una de sus películas favoritas, les hizo una oferta que no pudieron rechazar.
EL MUNDO
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