Por Federico Fellini
Decir que mis películas son autobiográficas es una salida estúpida. Me he inventado mi propia vida. La he inventado a propósito para la pantalla. Antes de rodar mi primera película, lo único que hice fue prepararme para ser lo suficientemente alto y grande y cargarme de toda la energía necesaria para llegar a gritar un día la palabra acción. He vivido para descubrir y crear a un director: nada más. Y no recuerdo ninguna otra cosa, pasando por uno que vive su vida expresiva en los grandes almacenes de la memoria.
Nada es cierto. No hay nada de anecdótico, de autobiográfico en mis películas. Sin embargo sí está el testimonio de una determinada época que he vivido. En este sentido mis películas son autobiográficas: pero de la misma forma que cada libro, cada verso de un poeta, cada color de un lienzo, es autobiográfico.
Nada de lo que dicen es cierto. No quiero hacerme demasiadas ilusiones sobre mí, ni me interesa hacérmelas además.
No sé distinguir una película de otra; hablo de mis películas. Para mí siempre he rodado la misma película; se trata de imágenes y solo imágenes, que he rodado con los mismos materiales, quizá de vez en cuando empujado por distintos puntos de vista.
Lo que sé es que tengo ganas de recontar. No lo digo por coquetear con la modestia, sino porque francamente recontar es el único juego que vale la pena jugar. Es un juego necesario para mí, para mi fantasía, para mi naturaleza. Cuando lo juego me siento libre, me siento desembarazado. Y en esto soy afortunado: puedo jugar con este juego que es el cine.
Los estudios en penumbra, las luces apagadas, tienen para mí un encanto que debe tener que ver con una parte muy oscura de mí mismo. Levantar un bastidor con mis propias manos, maquillar a un actor, vestirlo, estimular un gesto, una reacción imprevisible, son cosas que me afectan, que absorben completamente toda mi energía.
Hago una película como huyendo, como una enfermedad que hay que padecer. Decido rodar, o llego al set a rodar, cuando estoy vencido por el odio, cuando caigo en el rencor. Es una creación que se inspira en signos de simpatía. Hago todo lo que sea necesario, puntillosamente, cada vez con más detalle, pero víctima de un estadio de fastidiosa rabia. Al final tengo que alejarme de la película y ¡ay! si no me alejo.
No quisiera hablar nunca de ella, pero hablar de la película que se ha rodado forma parte de un ritual de tipo comercial del que es imposible librarse. Las agencias de prensa se ponen en marcha, los teléfonos empiezan a sonar: llegado este momento es como tener delante un espejo. Sería mejor callarse.
Sin embargo me gusta todo ese circo del cine. Aunque con mis películas no mantengo buenas relaciones: es una relación de recíproco menosprecio.
Tengo complejo de criminal. No quisiera dejar huellas ni rastros de todo lo que me ha costado una película. Destruyo todo. Sólo tiene que quedar la película, desnuda y acabada. De la misma forma que no quisiera hacer confesiones.
Ahora, ya he visto esta dichosa película. Tiene algo que se asemeja mucho a mi naturaleza. Sin embargo...
Este texto fue firmado por Fellini en 1973. El director de La dolce vita, La strada, Roma y Amarcord será homenajeado con la retrospectiva integral Tutto Fellini!, que se llevará cabo del viernes 10 de septiembre al viernes 1º de octubre en la Sala Lugones, Av. Corrientes 1530. La programación completa en www.teatrosanmartin.com.ar
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