martes, octubre 26, 2010

El estado de las cosas

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Kedma, de Amos Gitai, Israel, 2002

Amos Gitai es uno de los directores israelíes más repudiados tanto por sus compatriotas como por la cinefilia. Si bien es cierto que no todas sus películas son buenas y que su fama como el cineasta israelí contemporáneo es un título exagerado, Kedma (junto a otros títulos como Kippur y Zona libre) es una película atendible, sin duda ambiciosa e ideológicamente incorrecta (al menos, la Tierra Prometida carece aquí del aura mítica y mística que protege la constitución y fundación del Estado de Israel). El admirable plano secuencia inicial –que comienza en la espalda de una inmigrante judía europea y finaliza en la proa del Kedma, el barco en el que miles de refugiados y sobrevivientes de campos de concentración van rumbo a Palestina, a siete días de que se decrete la independencia de Israel– constituye una presentación elegante de todos los personajes. Allí se habla polaco, alemán, yiddish, ruso, diferencias lingüísticas que poco importan, pues la procedencia común es el horror y el destino colectivo una posible esperanza. La llegada a tierra firme no es precisamente utópica. Los soldados británicos, los árabes despojados de sus tierras y los judíos que empiezan a tomar el país en su poder no participan de un escenario pacífico, ni mucho menos salvífico. Los tiros sobrevuelan el desembarco, y tal vez nunca se detengan. El objetivo es llegar al kibbutz, donde se espera construir un nuevo socialismo, una idea no muy feliz para el oído de una inmigrante. Kedma apuesta por un humanismo existencialista: todos los involucrados tienen sus razones. Un campesino árabe, tras ser arrancado de sus tierras, profetiza una resistencia infinita. Después de ese pasaje, un admirable travelling sobre heridos y camiones finalizará en una suerte de monólogo catártico en el que un personaje desestimará las promesas mesiánicas y verá en su presente el doloroso estado del mundo. (Roger Koza)

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