viernes, octubre 22, 2010

Elitismo inverso

por René López Villamar

En una reciente conversación en el Fet a Amèrica, transmitida por Canal-L, el narrador argentino Sergio Chejfec planteó la idea de que la literatura debe agregar a la complejidad del mundo, en vez de intentar ordenarlo y simplificarlo, si es que desea seguirse llamando literatura. Esta declaración se da de forma casi simultánea con la reciente entrevista a Tom McCarthy en Bookworm, que aborda en la etapa final el mismo tema, casi con las mismas palabras, y con la conversación en torno al más reciente libro de Gabriel Josipovici, What Ever Happened to Modernism? De esta última conversación quiero rescatar un comentario de Ben Hamilton:

“Mi problema con la cultura, en lo que cabe, es que parece ejercer un elitismo inverso. Busca un punto medio que no existe. ¿Quién quiere leer otro artículo sobre Freedom de Franzen donde se discute si sus personajes son agradables o no? ¿Quién quiere leer otro artículo sobre el premio Booker? No tengo nada en contra de Franzen o los premios literarios, pero preferiría que la cultura literaria aceptara su propio elitismo en vez de buscar a esas figuras fantasmales que pueden estar del otro lado. Amo la ficción de Martin Amis, pero no necesito leer otro artículo sobre su pasta de dientes favorita. Hay muchos libros ahí afuera que necesitan atención. [...] Hay libros emocionantes y lectores que quieren comprarlos. Esos lectores quizá no sean millones, o cientos de miles, pero aún así son importantes”.

En el cuerpo del artículo, en defensa del libro de Josipovici, Hamilton plantea la pregunta que está en el centro de la cuestión: “¿Cuántos de los autores que leemos en verdad comienzan desde cero cada vez, ignorantes del mercado, sin dejarse influenciar por los clichés de la cultura contemporánea?” Quizá sea importante aclarar que no he leído el libro de Josipovici, ni siquiera lo he comprado y quizá me tarde en hacerlo (no hay un sólo libro de Josipovici en formato electrónico). Sin embargo, creo que estoy completamente de acuerdo con su punto de vista.

En una entrevista a propósito de This Town Will Never Let Us Go, el escritor británico Lawrence Miles se quejaba de aquellos que tachaban a su novela de experimental. “No hago nada que no haya hecho Joyce en Ulises”, decía Miles, “y esa novela tiene casi cien años. ¿Cómo se le puede llamar experimental a esto?” Miles quizá fue demasiado lejos demasiado pronto: This Town... no se publicó en una editorial literaria de renombre, sino en una pequeña editorial especializada en fantasía, como parte de una serie de novelas inspiradas en la serie de ciencia ficción Doctor Who.

Sin embargo, ese llamado a la medianía intelectual tiene más adeptos que seguidores del Doctor Who que han montado en cólera porque no hay suficientes daleks en su novela. El mismo llamado puede encontrarse en las conferencias de Mario Vargas Llosa, o en el bajo riesgo formal que define la lista de “mejores narradores” de Granta en español. En todos los casos, el por qué de esta reacción puede explicarse desde los propios principios del modernismo (y sus varios post): si el modernismo nos dice que es imposible construir una obra de arte válida desde las convenciones de una sociedad jerarquizada en el mundo contemporáneo, esta medianía revela un deseo de volver a un pasado de falsas certezas.

La Tempestad

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