Da un poco de miedo meterse, a estas alturas, a una película que se ocupe de la vida de John Keats, el poeta romántico. Ha pasado demasiado tiempo para que resulten creíbles aquellos arrebatos de amor, ese loco afán por husmear en lo oscuro, el coraje de acercarse al precipicio y mirar el vacío, y constatar que la razón sirve para gobernar algunos asuntos, pero que hay otros que se escapan y se enredan y regresan como una maldición para arruinar la fiesta. Jane Campion se ha embarcado en esa aventura en Bright Star y, desde el principio, los ambientes y los ademanes y los vestidos forman parte de una época tan remota que resulta una antigualla. Lugares apartados, rígidas convenciones, costumbres arcaicas. Pero, de pronto, suenan algunos versos del poeta y la cosa adquiere otro espesor. Resulta que esos jovencitos que vivían en Londres en 1818 podían, igual que ahora, holgazanear y dedicar el tiempo a juntar unas cuantas palabras y apuntar con ellas al corazón del mundo. "Me gusta ver rostros tristes con buen tiempo, / y oír una risa alegre entre los truenos; / amo a la vez lo bello y lo repugnante…", escribió Keats en su Oda a la melancolía. Jane Campion confiesa que concibió la película "como una balada, una especie de poema".
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