sábado, octubre 09, 2010

La cárcel como metáfora

Por Horacio Bernades

Ni el Gran Premio del Jurado en Cannes en mayo del año pasado, ni la nominación al Oscar al Mejor Film en Idioma Extranjero en la última entrega del Oscar, ni los nueve premios César otorgados a comienzos de este año por la Academia Francesa: nada de eso parece haber servido para convencer a la subsidiaria local de Sony Pictures de estrenar Un profeta, una de las películas más premiadas del cine europeo durante la temporada pasada. [Nota: en Montevideo se estrenó en el Cine Casablanca, con poco éxito de público y, para variar, una crítica distraída e impotente]. Es así como, en la Argentina, el film que The New York Times consideró “una de esas raras películas en las que importan tanto las cuestiones morales como las de índole estética” pasó directo al mercado del DVD, siendo lanzado días atrás por la misma compañía que resolvió no hacerlo en salas. ¿Se trata de un policial o un cuento moral? ¿Un film de género carcelario, un relato de aprendizaje, una historia de transformación personal? ¿Un comentario oblicuo sobre la Francia contemporánea, una fábula sobre el poder? Tal vez Un profeta sea todo eso y tal vez sea eso lo que le da valor.

“Los tuyos no piensan”, le dice César Luciani a Malik el Djebena, sin advertir que su interlocutor sí lo hace. Aunque sus personajes sepan lo que es matar al prójimo, en Un profeta no son las armas las que dirimen el poder sino la cabeza. Se requiere tener la sesera tan fría para degollar a alguien con una hojita de afeitar, como para saber a quién servir, para qué y cuándo dejar de hacerlo. Eso aprende Malik, un chico de 19 años que pasó la infancia en un reformatorio y ahora acaba de ingresar a un penal de máxima seguridad, por un crimen no especificado, para cumplir una condena de seis años. “La cuestión es salir de acá un poco menos idiota de cómo se entra”, sabe Ryad, el hombre que le enseña a leer y escribir. Malik aprende rápido. Antes de que el capo de los corsos se dé cuenta, el chico ya estará hablando en italiano, tras largas noches de quemarse las pestañas con un diccionario bilingüe. Claro que los idiomas no son lo único que Malik aprende; también a vencer el miedo, hacerse respetar, esperar cuando hay que esperar y dar el zarpazo cuando la presa está madura.

Protagonizada por Tahar Rahim –un chico casi sin experiencia previa, de aspecto tan seco y huidizo como la película misma– y un imponente Neils Arestrup como Luciani (ambos ganadores de sendos César), la trayectoria de Malik recuerda a la de Michael Corleone en El Padrino. Como en el clásico de Coppola, hay un par de secuencias en las que el montaje paralelo condensa esos momentos en los que el poder se pone en juego, con sesos y con sangre. Salvo la primera ejecución de Malik –que recuerda la iniciación del menor de los Corleone–, la sangre no fluye aquí, sin embargo, de modo operístico u orgásmico. Conocido en la Argentina por Lee mis labios y El latido de mi corazón, el realizador y coguionista Michel Audiard –de estilo más elusivo que explosivo– prefiere la sordina, el secreto, lo que se arma entre bambalinas.

Si de algo habla Un profeta es de relaciones de poder. Relaciones entre los presos “poronga” y el sistema carcelario, que en ocasiones se pone a su servicio. Relaciones entre los dos grupos étnicos predominantes (corsos y “árabes”) y entre los viejos capos y los jóvenes que aguardan sucederlos. ¿Por qué Malik, que es árabe, acepta la protección de Luciani, capo de los corsos? Quien haya leído Cosecha roja no tardará en sospecharlo. Quien no, deberá saber que en el mundo de Michel Audiard no existe valor más alto que la astucia. Y Malik el Djebena es un héroe audiardiano por donde se lo mire.

Página/12

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