La japonesa Naomi Kawase empezó haciendo sus películas en Súper 8 mm. Shara (2003), filmada en formato profesional, mantiene la fantasmal cualidad de una película casera. Frágil, fugitiva, llena de signos ambiguos, insinuaciones y silencios, Shara empieza mostrando la súbita desaparición de un niño y termina mostrando el nacimiento de otro. En el transcurso, vemos el duelo de una familia, la extrañeza que trae consigo la muerte, las rutinas del luto, los silencios que acompañan la ausencia y el desconcierto, pero también la vitalidad de la ciudad de Nara y la explosión de júbilo y éxtasis en una fiesta popular, la del festival de Basara. Como si Kawase diseñara una etnografía detallada sentimos su presencia ahí, observando sin intervenir, anotando los mínimos detalles, trazando los mapas de lo cotidiano, descubriendo un microcosmos que resume la idea misma de una temporalidad que, en su transcurrir, arma, desarma, conforma, disuelve, descompone y regenera, da y quita, las cosas elementales de la vida.
La fascinación que provoca Shara es la misma que sentimos ante una llamada de lo desconocido. La cámara se mueve en travellings sonámbulos que parecen avanzar atraídos por una luz en la noche o acaso por un ruido lejano y de fuente incierta. La película tiene un cauce sinuoso, un tránsito como estremecido y un derrotero incierto. La banda sonora deja escuchar golpes, ecos y murmullos que no encuentran justificación en el encuadre o en la acción. Las imágenes son nítidas y las apariencias son de plena y soleada realidad, pero nunca ofrecen la neta impresión del realismo porque en el centro hay un misterio al que no se puede penetrar. Como el de la desaparición del niño al que vemos allí, despreocupado, jugando con su hermana, y que en un instante se desvanece. Kawase filma sólo reflejos, apariencias y sombras, consustanciales al cine. Por eso, Shara es espectral.
Ricardo Bedoya
No hay comentarios:
Publicar un comentario