En algunas librerías, por alguna razón, la zona religiosa a veces es vecina de la de gastronomía. Para colmo, cuando hay poco lugar las mesas se juntan demasiado y se produce un efecto dominó: algunos libros ruedan de mesa en mesa, en una circulación inaudita de sentidos. Esa fue la explicación que me di para entender por qué encontré nuestra Biblia [según veinticinco escritores argentinos] junto a una pila de ejemplares de El gran libro del wok en una sucursal ajustada de esa misma librería. En ese mundo de criterios despiadados, la disposición de los libros responde a coordenadas imprevisibles. Aquí no hay lugar para la sutileza ni para leer entre renglones. Los nombres de algunos escritores excelentes ni siquiera despiertan un deja vu . Entre algunas librerías y otras hay la misma diferencia que entre escribir de verdad y calcar fórmulas, entre adueñarse del lenguaje y someterse a las revisiones de un corrector de Word que no sabe de matices ni contextos.
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