sábado, octubre 16, 2010

Una propuesta

Por Damián Tabarovsky

Hay una novela de Daniel Guebel llamada El terrorista, en la que el protagonista es un verdulero que también vende huevos. Habitualmente los envuelve con diarios viejos, mientras aprovecha la lectura de esas viejas páginas para mantener conversación con los clientes. Pero, como los diarios son antiguos, hablan de noticias que ya sucedieron, hechos que ya se desencadenaron hace mucho, e incluso olvidados –de tan olvidados, que parecen nuevos– como una especie de anacronismo de la noticia que remite al eterno presente de la información. Un día el verdulero envuelve unos huevos con un folleto de un grupo de izquierda y, de repente, adquiere conciencia social y se lanza a hacer la revolución. Por detrás de la ironía, hay una aguda reflexión sobre el estado de la lengua, de la relación entre periodismo y contemporaneidad, y también sobre escritura y política.

Pues algo relativamente similar me sucedió a mí esta semana. ¿La realidad supera a la ficción? Por supuesto que no. ¿Envolví huevos? Mucho menos. ¿Recibí un panfleto y descubrí la explotación del mundo? Tampoco. Simplemente, ahora sí, por azar, leí esta semana, en un viejo suplemento de Espectáculos de este diario, una nota sobre una telenovela llamada Botineras, de la que apenas si había escuchado hablar. Todo lo que yo sabía sobre esa telenovela –prácticamente, nada– era que, en algún momento del año, se había estrenado una tira sobre el mundo de las chicas y el fútbol, pero no podía decir nada más: ni quienes actuaban, ni su horario, ni siquiera en el canal (un amigo extranjero me preguntó en qué canal estaba Tinelli. Respondí… “no sé… ¡en todos!”).

Pero leyendo la nota publicada hace meses en Perfil me enteré de una serie de cuestiones muy interesantes. Parece ser que la telenovela iba directo al fracaso, tenía muy baja audiencia. Pero, a punto de sucumbir, cambiaron el argumento, cambiaron la trama, e incluso cambiaron al equipo de guionistas. Y la tira terminó siendo un éxito. ¿Cómo funcionó ese pasaje? ¿Se habrá corrido un boca en boca entre los telespectadores, para que volvieran a ver la serie? ¿Hubo una formidable campaña de marketing anunciando el cambio? ¿Se realizaron focus groups para testear los nuevos contenidos? La nota –que, por cierto, era muy buena– no lo cuenta, seguramente porque da por supuesto que los lectores de Espectáculos ya lo saben (cada suplemento de un diario se dirige a un público interesado en su tema, especializado, muy informado en esos asuntos; pero los suplementos culturales son los únicos que siempre parecen tener que pedir disculpas por eso). Sin embargo, en verdad, poco me importa la respuesta. Me interesan, sí, las implicancias literarias y editoriales que se pueden extraer del affaire Botineras. ¿Cómo a nadie se le ocurrió antes? Propongo entonces, que sigamos el mismo camino en el mercado editorial. Por ejemplo: en una novela lanzada con mucha promoción que, como la mayoría de ese tipo, a las treinta páginas ya nos dimos cuenta de que la trama es lineal, los personajes obvios, los temas triviales; una de esas novelas cuyos autores son entrevistados por todos los suplementos culturales, con preguntas calcadas y respuestas ídem (“¿Qué aparece como disparador de tus relatos?” “Parto desde cierto sentido común…”) pues bien, a este tipo de literatura, ¿por qué no aplicarle el método Botineras? Si la cosa no marcha, si el holding editorial está perdiendo mucha plata… ¡un cambio radical de rumbo en la mitad y listo! Por supuesto, quedarían algunas cuestiones operativas a resolver (cómo retirar el libro de la librería, como reimprimirlo con la nueva escritura, cómo calcular las regalías al autor y los descuentos a las librerías, etcétera). Pero ese es un problema de los editores. Yo sólo sugiero la idea.

1 comentario:

  1. O mejor aún: si la cosa no marcha...¿por qué no cambiar al autor? Se establece en los contratos (total, el autor firma lo que sea) que si el libro no anda, la editorial se reserva el derecho no sólo de retirarlo y reimprimirlo y cambiarlo sino de darlo a otro escritor para que lo rehaga.
    ¿y usted de qué labura? -ah, yo soy rehacedor de libros....

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