por Riccardo Boglione
“El alma de Goya clamaba por lo insólito, por lo espectacular, por lo inaudito, y por eso pintaba monstruos y trasgos en sus cuadros, deseando complicar su siglo, meter inquietud en sus contemporáneos y excitar la inspiración demorada en aparecer”: así sentenciaba, fuera de broma y greguería, Ramón Gómez de La Serna en su biografía de 1928 sobre el famoso pintor aragonés. Sin duda, Goya cumplió con todo y más: agitó a sus coetáneos y varias generaciones sucesivas, “complicando” artísticamente el siglo XIX (toda enciclopedia lo galardona como precursor del romanticismo) e inspiró manadas de artistas en la búsqueda de lo raro, oscuro y grotesco (un solo ejemplo: el surrealismo abrevó en general de su espíritu y más puntualmente Dalí reinterpretó los Caprichos en una serie, “disecada” de la carga política originaria, llamada Disparates).
Ahora, gracias a un pretexto y a una coincidencia geográfico-institucional -Francisco de Goya y Lucientes nació en Fuendetodos, pueblito de la provincia de Zaragoza, y los abuelos de José Gervasio Artigas se fueron de la misma zona para buscar más suerte en el Río de la Plata-, la serie entera de 80 grabados (no está especificado cuál de las veinte ediciones “reconocidas” es la expuesta) se puede ver en Montevideo gracias a una colaboración española-uruguaya que quiere así festejar los 85 años del Palacio Legislativo.
Junto a la malandrina Maja desnuda, pintada poco antes de 1800 (y “tapada” en la Maja vestida unos años después), aquel desnudo que por su intrepidez volumétrica y cachondez tanto impresionó a Manet, la serie de Los caprichos es la obra goyana más célebre. Sin embargo, aunque algunas láminas estén esculpidas en la memoria de todos, tener la posibilidad de ver de cerca el conjunto es una experiencia apetitosa y muy reveladora. Los grabados producidos de las planchas primitivas desvelan el increíble trabajo de mixtura entre aguafuerte y aguatinta, con toques de buril y punta seca, operado por el español: si la primera técnica fijaba su trazo nervioso y firme a la vez, la segunda iba poniendo capas de claroscuro absolutamente arbitrarias (la iluminación es decididamente antinaturalista), guiada sólo por efectos expresionistas: lo antojadizo de las manchas blancas, por ejemplo, analizado a pocos centímetros del grabado, impresiona de verdad.
(sigue en ladiaria)
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