domingo, septiembre 05, 2010

El misterio de la duración

El artista canadiense Michael Snow (Toronto, 1929) realizó en una de sus vacaciones, que pasa en su casa de Newfondlands, en el norte de Canadá, una película que dura poco más de una hora. Colocó la cámara delante de una ventana y la puso a funcionar. El resultado es una suerte de "performance del viento". Se ven las cortinas del salón de su casa, se ve cómo se hinchan, se ve cómo estallan contra el marco vacío, se ve cómo forman a veces unos pliegues, se ve cómo se levantan para que asome algún detalle de lo que hay detrás. Es una de las piezas que puede verse en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, dentro del marco de PHotoEspaña 2010, en la exposición Entretiempos, que lleva como subtítulo Instantes, intervalos, duraciones. Confieso que no he podido ver la filmación entera de Snow, igual luego cambia todo. Lo que pude ver, en cualquier caso, es el resultado de un desafío imponente: el de atrapar el paso del tiempo.

Y de eso va, en buena manera, esta exposición. De la capacidad de la fotografía para enfrentarse al tiempo. ¿Hasta dónde pueden contar las imágenes? ¿Consiguen reflejar lo que está pasando de manera continua o son un registro de lo excepcional? ¿O es que convierte en excepcional lo que es en realidad irrelevante? ¿Qué papel juega el azar? ¿Cómo opera ese movimiento que convierte lo que forma parte de la memoria individual en un referente colectivo? Etcétera. Es decir, ahí está el viento. Sopla y sopla. Y va modificando imperceptiblemente el paisaje. Snow puso una cámara para enterarse mejor, para ver qué cambiaba y qué permanecía, para hacerse una composición de sus variaciones y movimientos y caprichos.

Sesenta y dos minutos, exactamente. Esa es la duración de Respiro solar, de Snow. Se trata, desde luego,de otra manera de ver fotografía. También lo es otro detalle que forma parte de esta exposición: las cartelas. Hay una serie de impactantes imágenes, medio sucias y cómo heridas, de un caballo atrapado dentro de un círculo: sin la información que dan las cartelas, no sabríamos que las fotos que hizo Steve Lippin se atraparon desde el interior de una lavadora. Ocurre también con esas formas de Jochen Lempert, que son fluctuaciones casi imperceptibles de la materia cuando parecen manchas abstractas, poemas sobre la extrema fragilidad de las cosas. David Claerbout filma sus fotografías para darle continuidad a un concierto, y lo que hace es desplegar las maneras tan distintas de enfrentarse a un mismo episodio. O está el trabajo de Daniel Blaufuks. Estaba leyendo Austerlitz, de W. G. Sebald, y se encontró una imagen de un campo de concentración, y fue a hacerle fotos para penetrar mejor en ese misterio que un día condujo a sus abuelos a abandonar la Alemania nazi para trasladarse a Portugal. ¿Cómo se salta de ese motivo tan personalísimo a un trabajo que sea para todos?

Es una exposición que exige dedicación. Visitarla con tiempo y ganas, y rumiarla. Sólo entonces se entiende el brillante trabajo que ha hecho el comisario Sergio Mah. No es una antología de maestros de la fotografía. Es la reunión de un puñado de problemas que cualquier fotógrafo termina por plantearse. ¿Cómo atrapar los cambios? Y Hiroshi Sugimoto responde sacando imágenes del desarrollo de películas enteras (lo que queda es una pantalla blanca donde antes hubo una trama de pasión y muerte, por ejemplo) y Michael Wesely muestra el resumen de los años que llevó reconstruir la Postdamer Platz, en Berlín (en la imagen). Luego están los propios formatos y modelos y puestas en escena que cambian los contenidos. Y Clare Strand presenta sus fotos como si hubieran sido hechas por forenses de la policía al realizar sus investigaciones… Y Tacita Dean amplía unas postales de tiempos remotos a las que previamente ha llenado con las indicaciones que apunta un director de cine en el guión que está filmando: de pronto aquello que estaba tan lejos vuelve de nuevo, y aparece la emoción por el dolor ajeno y por la muerte fortuita y por la violencia que desatan las guerras. Etcétera. Un enorme etcétera. Cada trabajo de esta exposición necesita un montón de líneas: aunque fuera para celebrarlo, porque no siempre es fácil comprenderlo, incluso mirarlo. Entrar dentro. La duración está llena de misterios. Vean sino como Tacita Dean filmó, en otro de los trabajos suyos recogidos en Entretiempos lo que había en el estudio de Giorgio Morandi. La presencia del ausente. De eso trata, en el fondo, la fotografía.

- José Andrés Rojo

Michel wesely

1 comentario:

  1. Debe estar buena la peli de Snow...para verla una vez, como tesis de algo, como metacine, como reflexión filosófica. Yo ya la vi, creo, y no la filmó Snow, sino Víctor Erice cuando hizo "EL sol del membrillo": duraba como dos horas (o eso me pareció)y ahí un pintor español, real, pintaba un membrillero, veíamos el arte hacerse y el tiempo pasar. Faltaba que nos filmaran a nosotros, en el cine, ocupando el tiempo de nuestras vidas mirando a un pintor pintar un membrillo.

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