viernes, octubre 01, 2010

Cerati o la excepción

Gustavo Fernández Walker

Es raro el caso de Gustavo Cerati, acaso el primer rock star que tuvo América Latina. Raro, porque su popularidad no es el resultado de concesiones, del asentimiento más o menos complaciente a un curso preestablecido. Si se lo escucha con atención, uno se encuentra con que, a excepción de dos o tres guitarras estrelladas y otras tantas mujeres imposibles, Cerati no suele detenerse en los lugares comunes del rock. Por momentos, parece incluso rebelarse ante ellos, desmantelarlos con la precisión y la inclemencia de un huracán zen. Expresar, en su disco más rockero, el deseo de que «durar sea mejor que arder» es, para un hombre formado en la atmósfera punk de los primeros ochenta, un gesto de madura rebeldía ante tanta apología de la adolescencia.

Retrospectivamente, cada movimiento de Cerati parece responder a un plan trazado de antemano, pero sólo porque ya sabemos lo que vino después. A fin de cuentas, el determinismo es apenas un error de perspectiva: todo pudo haber sido diferente. Si hubiera espacio en estas líneas para un mea culpa, diría que yo mismo estuve entre los que en el 92 querían gritarle «¡Judas!» en cada concierto por haberse atrevido a profanar el rock animal con las computadoras de Daniel Melero, para unos el «cuarto Soda», para (nos)otros apenas la versión masculina de Yoko Ono en la Argentina convertible. Por fortuna, algunos nos arrepentimos a tiempo y escuchábamos Amor amarillo a escondidas, incluso antes de Sueño stereo (esa suerte de OK Computer en español y avant la lettre) o de ese hipnótico y contradictorio unplugged eléctrico, antesala de los últimos conciertos y las gracias totales.

Aún así, para la época en la que salió Bocanada ya había pintadas en las calles de Buenos Aires que acusaban a Cerati de «viejo choto». El gesto era la continuación en formato esténcil de una vieja disputa en la música argentina, según la cual el cuidado en la producción y la ausencia de cierta crudeza callejera –eso que en el tango se llama «roña»– se confunden con la impostura, o con esa variante de la impostura que los argentinos llamamos «caretaje». Y es verdad, no hay «roña» en la discografía de Cerati, una especie de beatle suelto en una nación stone. No es, por eso, menos auténtica; ni menos honesta por no ser brutal. La gira del regreso de Soda Stereo lo dejó bien claro: no sonaban como una banda del pasado, ni la nostalgia era la parte más relevante de la euforia. «Es una burbuja de tiempo», dijo Cerati en aquella oportunidad.

En sus últimos dos discos, Cerati había encontrado esa particular forma de la autenticidad que algunos (pocos) artistas alcanzan en su madurez. Si basta escuchar algunos acordes de Nada personal para volver a los ochenta, si Plan V es un típico producto de los noventa, no es menos cierto que Ahí vamos o algunos temas de Fuerza natural parecen formar parte de ese selecto grupo de canciones perfectas, fuera del tiempo.

Canciones redondas, como una burbuja.

De soda, claro.

(en La Tempestad)

No hay comentarios:

Publicar un comentario