lunes, noviembre 01, 2010

Cadáveres exquisitos

Tiernamente macabro. Así podría definirse el trabajo de Edward St. John Gorey (Chicago, 1925-Yarmouth, 2000), uno de los dibujantes más inquietantes del siglo XX. Aunque su obra es de culto, nos es más familiar a través de uno de sus pocos discípulos, Tim Burton, quien ha confesado por Gorey admiración y reconocimiento como una de sus principales influencias: lo macabro y lo inocente, la infancia y el horror, la melancolía y la dicha, la oscuridad y la luz del día. De hecho, La melancólica muerte de Chico Ostra (Anagrama, 1999) es la obra de Burton que más influencia posee de las creaciones de Gorey.

Autor inclasificable, sus obras no han encontrado el estante adecuado en las librerías. The Loathsome Couple (La pareja repugnante) narra e ilustra, en tono jocoso, la historia de una descuidada pareja de infanticidas que dejan caer fotos de sus delitos en un autobús abarrotado de gente. The Gashlycrumb Tinies (Los pequeños macabros) es una pieza pedagógica y musical en donde Amy, Basil, Clara y otros niños esperan inconscientes un final funesto descrito en feroces versos. The Insect God (El dios insecto) es un animalito inquietante y, al parecer, inofensivo, que uno no quisiera encontrarse en una pesadilla.

Durante las década de los cuarenta, Gorey trabajó como ilustrador y diseñador de portadas de libros (algunas de las cuales eran para obras de Kierkegaard y Kafka). En 1953 comenzó a elaborar sus propios libros y, ante la negativa de varios editores, decide iniciar un proceso de autopublicación creando su propia editorial: Fantod Press.

La obra de Gorey raya con lo grotesco sin ser prohibido, con lo prohibido sin ser asqueante, con el asco sin causar repugnancia; no es un Mike Diana regocijándose con sucias blasfemias pornográficas, o un Robert Crumb sacando sus propios “trapitos al sol” acerca de sus perversiones sexuales. Gorey está más cerca de un sentido decimonónico de la vida, de una cierta melancolía por la existencia.

Sus ilustraciones, en su gran mayoría acompañadas de versos –las clásicas composiciones infantiles, tan comunes en autores como Lewis Carroll, como el limerick y el spell o el antiguo irlandés, el oed–, son piezas creadas en plumilla, en parte deudoras de los grabados románticos clásicos (como los de Gustave Doré), de las narraciones gráficas de principios de siglo XIX, como las aucas iberas y de las ilustraciones de la prensa y los folletines de la era victoriana y de la Inglaterra eduardiana.

Edward Gorey, como el autor extraño, melancólico y romántico que fue cumplía a la perfección el paradigma del ermitaño moderno –al mejor estilo de otro extraño del siglo XX: Bela Lugosi, homenajeado por Tim Burton en Ed Wood (1994)–. Aislado en su casa atestada de libros, gatos, objetos de extraña procedencia y muchos recuerdos olvidados por el tiempo, teleadicto y seguidor de Buffy la Cazavampiros, fabricando títeres para niños y estudiando la historia criminal de los Estados Unidos, Edward St. John Gorey ve bajar al dios insecto, que lo toma con sus delgadas extremidades y, con sus extrañas alas, se lo lleva volando al mundo de los muertos, con el que tanto estuvo fascinado.


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