jueves, octubre 07, 2010

Historias de amor y muerte

por Bernard-Henri Lévy

Xavier Beauvois es un amigo. De hecho, en mi mente, pertenece a aquella pequeña hermandad que, antaño, hace ya cerca de tres lustros, se embarcó (sin renegar de ella jamás) en la aventura de Le Jour et la nuit -El día y la noche-, mi película. ¿Debería renunciar por ello a expresar la emoción que me ha producido su propio filme, De hombres y dioses, sobre los últimos días de los monjes franceses de Tiberine, Argelia, asesinados por los islamistas en 1996? Pero no se trata de Argelia. En realidad, no es una película ni sobre Argelia ni sobre el terrorismo; ni siquiera sobre esa otra persecución planetaria que sufren los cristianos y de la que hablaba la semana pasada en una entrevista concedida a un diario español. No. Es una película sobre la santidad. Sobre el tiempo de la santidad. Es una película que muestra el día a día de siete existencias capturadas en ese tiempo congelado, casi puro, sin eventos, que es el otro nombre de la santidad. La proximidad de los asesinos. La espera -para nosotros, los espectadores, más insoportable a cada segundo que pasa, y para ellos, los siete monjes, fuente de un fervor intenso-. Los rostros impasibles durante la comida final. El alma sin defensa y, sin embargo, invencible. El fuego languideciente de una vida y la capilla ardiente de los corazones. La duda, a veces. La paz, finalmente. Los contornos difusos del pensamiento cuando llega la última secuencia y hay que aceptar, con una mezcla de pavor y coraje, seguir a los asesinos. La plegaria, que se hace casi inútil y que Beauvois, en todo caso, deja de filmar -o eso me parece-. La lentitud, sobre todo. La tierra y el cielo en llamas, y el tiempo, que, no obstante, se detiene. Pocas veces una película habrá sido tan lenta, tan apasionada y espiritualmente lenta y, a pesar de todo, tan palpitante.

(sigue en El País de Madrid)

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