
El último filme de Buñuel muestra a Fernando Rey desconcertado ante las incitaciones de lo inconstante femenino. Como varios de sus personajes, Rey es aquí un burgués de modales señoriales y pulsiones sin freno que se enfrenta a las contradictorias incitaciones y estímulos de la realidad y la imaginación. Su objeto de atracción es Conchita, quintaesencia de la coquetería, interpretada por dos actrices, Ángela Molina y Carole Bouquet, distintas en cuerpo y alma, pero capaces de simular el carácter polimorfo de la atracción sexual.
En el desarrollo de la cinta se mezclan dos modos de exposición: aquel que simula el relato lineal, ordenado, lógico, con pausas, giros y suspense, similar al que narra Fernando Rey ante la corte de curiosos del tren. Y otro, el verdadero motor de la ficción, que es antojadizo, fantasmal, hecho de lapsus, imágenes que se repiten, situaciones reiteradas.
Ese oscuro objeto del deseo cierra un círculo en la obra del realizador, al actualizar asuntos que ya estaban en la primera cinta de Buñuel: la imposibilidad de consumar el acto con la mujer fantaseada, avatar de un tema que recorre todo el cine de Buñuel, como tensión irresuelta entre la realidad y el deseo.
Ricardo Bedoya
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